Tcherepnin

Alexander Tcherepnin


 Rusia | 1899-1977





1925 Sonata para cello y piano nº 1, op. 29 1º Mov.
1947 Concierto para piano nº 4, op. 78 "Fantasia" 4º Mov.



Otras Obras:
Trío para piano en Re, Op. 34
Cuarteto de cuerda No. 2 en La m, Op. 40
Sinfonía No. 1 en Mi, Op. 42
Concierto para piano No. 3, Op. 48
Suite para violonchelo solo, Op. 76
Plegaria sinfónica, Op. 93
Concierto para piano No. 6, Op. 99



Biografía:
    Compositor y pianista ruso, hijo de Nikolai Tcherepnin. Nació en San Petersburgo el 21 de enero de 1889 y abordó la composición a temprana edad: antes de cumplir los quince años ya tenía a sus espaldas una copiosa producción musical de tanteos y ejercicios, así como obras de gran factura, incluyendo siete sonatas para piano. Alumno de su padre en el Conservatorio de San Petersburgo, descolló asimismo como pianista virtuoso, realizando con el tiempo giras internacionales; pero su gran ambición era la composición. Su primera obra importante es el ‘Concierto para piano No. 1, Op. 12’, que termina de escribir en 1919; dotado de un impulso asombroso, constituye una síntesis de las conquistas del piano decimonónico (Liszt, Balakirev, etc.), incorporando a su escritura y sonoridades la influencia de Prokofiev, sin por ello resultar menos personal -y abrigando ideas tan sugerentes como la introducción sinfónica, donde Tcherepnin, por medio de un tutti, se anticipa a la música minimalista que medio siglo después comenzará a despuntar-; articulado en un único movimiento, un inicial allegro tumultuoso de estructura circular fiel a las convenciones de la forma sonata, el concierto, en virtud de sus calidades, se convirtió en una de las obras más apreciadas del autor.

La investigación por las modernas sonoridades se afianza en su ‘Concierto para piano No. 2, Op. 26’ (1923), donde el piano ya abandona su carácter melódico tradicional en beneficio de una expresividad más propia de la percusión, y cuya ejecución, empero, sigue requiriendo de un virtuoso trascendente que no omita de su fraseo el sutil lirismo de los pasajes tranquilos; por otra parte, este concierto en un único movimiento anticipa, si bien en esbozo, los influjos que de la música oriental habría de introducir Tcherepnin en obras futuras. La rugosa ‘Sinfonía No. 1, Op. 42’ (1927) ha pasado a la posteridad por su segundo tiempo, un marcial y elíptico vivace que supone el primer movimiento de la historia de la sinfonía escrito íntegramente para percusión, singularidad que desencadenó un sonado escándalo el día de su estreno en los Conciertos Colonne, teniendo que intervenir la policía para aplacar las protestas; este hecho convirtió a su autor -que por entonces frisaba los 28 años de edad- en una celebridad. Así y todo, este interés por el ritmo puro, por el dinamismo rítmico, ya había dado sus primeros frutos maduros en su obra inmediatamente anterior, ‘Magna Mater, Op. 41’ (1927), primera composición orquestal no concertante de Tcherepnin, donde la deuda estética y temática con ‘La Consagración de la Primavera’ de Stravinsky es manifiesta, alcanzando en el último tercio un paroxismo sonoro ejemplar. La estética del autor da un giro cualitativo con su ‘Concierto para piano No. 3, Op. 48’ (1932), obra en la que el factor espacial externo a la génesis de la misma -“la idea de viaje”, en palabras de su artífice- determina ésta: escrito en sus líneas generales durante un viaje que Tcherepnin hizo de Boston a Jerusalén, el concierto integra reminiscencias orientalizantes a partir de un tema tomado de una canción nubia; de nuevo, la percusión alcanza inusitado protagonismo, con un piano de una crudeza próxima a Bartók.

Tras un período de crisis creativa y obras mediocres, debido en buena medida a las circunstancias de la Segunda Guerra Mundial -hecho que supone el intermedio de su carrera-, Tcherepnin vuelve a firmar una entrega de peso con su ‘Sinfonía No. 2, Op. 77’ (1951), una suerte de reflexión sonora altamente emocional sobre los desastres de la guerra, en la que labora durante cuatro años sirviéndose en su escritura de la escala pentatónica; la sinfonía, que resulta mucho más tradicional en la forma y depurada en los contenidos que sus obras de los años 20 y 30, destaca especialmente por su tiempo lento, un evocativo nocturno dedicado a la memoria de su padre, Nikolai, recientemente finado. De entre las obras restantes de Tcherepnin deberían retenerse, al menos, las ‘10 Bagatelas, Op. 5’, destilación y síntesis maestra de sus logros al piano durante el lustro 1912-1917; el ‘Quinteto para piano en Sol, Op. 44’ (1927), tal vez su obra maestra en la música de cámara; la ‘Sinfonía No. 3, Op. 83’ (1952), que pasa por ser la más representativa de las cuatro que compuso; la ‘Plegaria sinfónica, Op. 93’ (1959); y el ‘Concierto para piano No. 5, Op. 96’ (1963). En cuanto a su música teatral y escénica -4 óperas, 14 ballets-, apenas difundida, espera una seria revisión. Tcherepnin falleció en París el 29 de septiembre de 1977, a los 78 años de edad; largo tiempo olvidado -pese a sus personalísimas innovaciones, entre las que merecería destacarse la “Técnica de los Nueve pasos”-, Alexander Tcherepnin emerge hoy por hoy como uno de los mayores compositores rusos del siglo XX.  © José Antonio Bielsa



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