El ocaso (fragmento)Osamu Dazai
El ocaso (fragmento)

"Es una sensación de desamparo tal que parece imposible continuar viviendo. Esta inquietud me golpea dolorosamente el pecho y, como las nubes blancas que avanzan con rapidez en el cielo después de un aguacero, me aprieta con fuerza el corazón, para liberarlo después, lo que me detiene el pulso, me enrarece la respiración, me oscurece y enturbia la vista; me da la impresión de que toda la fuerza del cuerpo se me escapa por la punta de los dedos y no puedo continuar haciendo punto.
Últimamente no para de caer una lluvia sombría; todo me deprime. Hoy he sacado el sillón de mimbre a la galería, para continuar un jersey que esta primavera dejé sin terminar. Es una lana de un rosa vivo que parece algo desteñido, y pensaba combinarla con un color cobalto. La lana rosácea procede de una bufanda que me tejió mamá cuando estaba en la escuela primaria. Esa bufanda estaba cosida en forma de capucha, de modo que cuando me miraba al espejo con ella puesta me parecía que me observaba un duendecillo. El color era muy distinto al de las bufandas de mis compañeras, por lo que yo la odiaba. Cuando una amiga de familia rica de Kansai me dijo: "¡Qué bufanda tan bonita!", elogiándola en tono de persona adulta, todavía me dio más vergüenza y desde ese día no me la puse nunca más, quedando escondida para siempre en un cajón.
Esta primavera apareció en el trastero, la deshice y decidí tejerme un jersey a fin de darle una nueva vida. Sin embargo, el color no me gustaba y la dejé de lado hasta hoy que, como no tenía nada que hacer, la saqué de nuevo y me puse a tejer despacio. Pero, mientras tejía, me di cuenta de que el rosa vivo de la lana se mezclaba con el gris del cielo produciendo un efecto de increíble suavidad. Nunca se me había ocurrido pensar que era importante considerar la armonía del color de una vestimenta con el cielo. Me quedé con la mirada perdida, un poco sorprendida de lo preciosa que era la combinación. Qué curioso que la lana rosa vivo y el gris del cielo se complementaran animándose mutuamente. De repente, la lana que tenía en las manos me pareció muy cálida y el cielo lluvioso como del terciopelo más suave. Me recordó la pintura de Monet de una catedral en la niebla. Me dio la impresión de que, gracias a esta lana, había entendido por primera vez lo que era el buen gusto. Y mamá había elegido, precisamente, este color porque sabía lo armonioso que resultaría con el cielo invernal cargado de nieve; fui tonta al detestarlo. "



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