W de whisky (fragmento)Sue Grafton
W de whisky (fragmento)

"Me quedé sentada durante un rato en el aparcamiento, anotando datos en las fichas que siempre guardo en el bolso. Hubo una época en la que me fiaba más de mi memoria. Me crió una tía soltera muy partidaria del aprendizaje a lo loro: tablas de multiplicar, capitales de los estados, reyes y reinas de Inglaterra y sus reinados, religiones del mundo y la tabla periódica de elementos, que me enseñó mediante una disposición juiciosa de galletas decoradas con azúcar glaseado de color azul, rosa, amarillo y verde. Todas llevaban números escritos con la manga pastelera en colores distintos. Curiosamente, había olvidado aquel ejemplo de maltrato infantil hasta que, el pasado abril, entré en una panadería y vi un surtido de galletas de Pascua. En un instante, como si de una serie de fotografías se tratara, visualicé el hidrógeno, número atómico 1; el helio, número atómico 2; el litio, número atómico 3, y conseguí llegar hasta el neón, número atómico 10, antes de quedarme en blanco. Aún puedo recitar, a la más mínima provocación, largas parrafadas de la balada «El salteador de caminos» de Alfred Noyes. Por lo que he podido comprobar, no es que sea una habilidad demasiado útil.
Cuando era pequeña, aquellos ejercicios tan estériles de gimnasia mental constituían el entrenamiento perfecto para un juego muy popular en algunas fiestas de cumpleaños a las que asistí. Tras mostrarnos durante varios minutos una bandeja con distintos objetos, le daban un premio a la niña que recordara el mayor número de ellos. A mí aquel juego se me daba de maravilla. En cuarto de primaria gané un peine de bolsillo, un bálsamo labial, una bolsita de canicas, una caja de lápices de colores, una pastilla de jabón de hotel muy bien envuelta y un par de horquillas de plástico... La verdad es que, en mi opinión, no merecía la pena tanto esfuerzo. Al final, las madres se enfadaban y me insinuaban abiertamente que o bien compartía el botín o les cedía el protagonismo a otras niñas. Como incluso a esa edad ya tenía un sentido de la justicia muy desarrollado, yo me negaba, lo que redujo el número de invitaciones a cero. Desde entonces he aprendido que un recurso tan simple como el de escribir notas libra a la niña atribulada que hay en mí de las sobrecargas cerebrales. Aún me resisto a compartir cualquier botín que haya conseguido mediante métodos legítimos.
Cuando salía del aparcamiento, me puse a pensar en lo extraña que es la vida. Parecía mentira que algo tan insignificante como un papelito pudiera acabar provocando una reacción en cadena. Por razones que se me escapaban, el muerto había anotado mi nombre y mi número de teléfono y, a causa de esa nota, mi camino se cruzaba ahora con el suyo. Aunque ya era demasiado tarde para entablar conversación, no estaba dispuesta a encogerme de hombros y seguir adelante como si nada. Puede que el vagabundo hubiera intentado llamarme el día en que murió, y que la muerte le hubiera sobrevenido antes de conseguir hacer esa llamada. O puede que hubiera pensado en llamarme y luego hubiera cambiado de opinión. Pese a que yo no buscaba respuestas, no perdería nada investigándolo. En ningún momento pensé que mis pesquisas fueran a tener consecuencias a largo plazo. Me vi a mí misma haciendo algunas preguntas sin lograr avanzar demasiado, para luego olvidarme del asunto. A veces, un detalle menor pero trascendente puede acabar por trastocarlo todo. "



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