El diluvio (fragmento)Henryk Sienkiewicz
El diluvio (fragmento)

"Cuando, al terminar el invierno, los ardientes rayos del sol atraviesan las nubes y aparecen los primeros brotes de los árboles, cuando las verdes hierbas crecen en los prados y la Naturaleza parece renacer, se abre el corazón del hombre a nuevas esperanzas.
Pero la primavera del año 1665 no se presentaba adornada de rosas y alegre y sonriente a los ojos de los atribulados vasallos de la República.
Rara e inexplicable inquietud embargaba todos los corazones. La noticia de una guerra inminente corría de boca en boca por aldeas y ciudades, y se aseguraba que las amenazas procedían de Suecia.
En apariencia nada confirmaba esas voces de alarma, puesto que la tregua con Suecia debía durar todavía seis años; sin embargo, se hablaba de esos peligros en la misma Dieta, convocada por el rey Juan Casimiro en Varsovia para el 12 de mayo.
Se dudaba entre el temor y la esperanza, hasta que puso término a esta dolorosa incertidumbre una proclama de Bogislao Leshenchynski, comandante de la Gran Polonia, que apellidaba a la milicia general de las provincias de Posnania y de Kalisk para defender la frontera contra la inminente invasión de los suecos.
El grito de ¡guerra! resonó como un trueno formidable en todas las provincias de la República.
Verdadera guerra de exterminio amenazaba a Polonia. Mielniski, que había vuelto de Guturlin, avanzaba devastando el país del Sur al Este. Holvanski y Trubetskoi hacían lo propio en las fronteras septentrional y oriental, y Suecia amenazaba desde el Oeste. El círculo de fuego se convertía en círculo de hierro.
El país entero parecía un campamento sitiado y en este mismo campamento germinaba el mal. Un traidor, Radzeyovski, había desertado al enemigo e indicaba a éste los puntos más débiles de la frontera. Además, crecían el malestar y la envidia y no faltaban magnates enemistados entre sí, o airados contra el rey, que les había negado mercedes. Todos éstos se hallaban dispuestos a sacrificar la causa del país a su interés personal.
La Gran Polonia, país rico y próspero y hasta entonces no azotado por la guerra, derramó el oro en defensa propia. Ciudades y aldeas dieron, además, todos los hombres que se les habían pedido. Estanislao Dembiski mandaba los soldados de Posnania; Pan Vlotovski, los de Kosthian, y Pan Golts, famoso soldado de ingenieros, los de Vallets. Los campesinos de Kalisk obedecían a Estanislao Kretuski, descendiente de un linaje de valerosos guerreros y primo del célebre Juan de Zbaraj; Gaspar Jghlinski capitaneaba a los molineros de Komin. Entre los guerreros citados nadie aventajaba a Ladislao Korashevski en conocimientos estratégicos.
En tres puntos, Pila, Ustsie y Vyelunie acamparon los capitanes en espera de la llegada de los nobles pertenecientes a la milicia general. La infantería se ocupaba, sin levantar mano, en la construcción de trincheras y aguardaba con ansiedad la llegada de los escuadrones.
Entre los dignatarios llegó el primero Andrés Grudzinski, vaivoda de Kalisk, que se alojó en la casa del podestá con numerosa servidumbre.
Los nobles, entretanto, seguían acudiendo al campamento. Después de Grudzinski, llegó el vaivoda de Posnania, Cristóbal Opalinski, con gran séquito de hombres armados, clientes y siervos, que procedían y rodeaban la carroza en la que se sentaba el poderoso príncipe al lado de su bufón Staha Ostrojha, cuyo oficio consistía en alegrar durante el camino el humor melancólico de su amo.
La llegada de tan alto dignatario inspiró a todos valor; al contemplar su porte majestuoso, su aristocrático semblante en el que brillaban, bajo la frente espaciosa, dos ojos escrutadores y severos, los nobles se convencieron de que el destino debía doblegarse a las exigencias de un poder tan alto.
Los que estaban habituados a honrar los cargos y las personas, se dijeron que los suecos no se atreverían a tocar con su mano sacrílega a tan poderoso señor.
Se le acogió con estruendosos aplausos y entusiásticos gritos de alegría.
Apenas extinguido el eco de este alegre concierto, llegaron correos con la noticia de la venida de su primo el vaivoda de Podliasye, Pedro Opalinski, acompañado de su criado Jerónimo Rozdrajewski, vaivoda de Iroslav. Cada uno de éstos llevaba quinientos soldados, además de muchos nobles con sus respectivos siervos.
Y luego no pasó día sin que llegase algún dignatario.
La ciudad se hallaba tan llena de gente, que no se encontraba alojamiento para los numerosos nobles. Los prados de los alrededores presentaban un cuadro de alegre y variado aspecto, porque en ellos se levantaban las tiendas de la milicia general.
Se organizaron como se pudo los servicios, y por último se constituyó el Consejo de guerra, presidido por el vaivoda de Posnania, en el cual tomaron parte gran número de funcionarios, que maldito lo que entendían en asuntos de guerra.
Los dignatarios convocados a Consejo se miraban unos a otros indecisos, esperando que hablara el vaivoda de Posnania. Éste lamentó la ingratitud y la inercia del rey y la ligereza con que se les había arrancado de sus casas para hacerles sufrir y morir en aquellos campos. Cuando se trató de la cuestión capital, no supo dar el consejo que de él se esperaba. Pan Ladislao Korashevski propuso establecer tres campos: uno en Pila, otro en Vyelunie y otro en Ustsie, posición principal, que fue ocupada por el vaivoda de Posnania con sus hombres. Una parte de la caballería quedó en Vyelunie y otra en Pila, mientras Ladislao Korashevski fue a Chaplinko para observar los movimientos del enemigo.
Llegó el mes de julio. Los días eran largos y calurosos, el sol lanzaba con tal fuerza sus rayos sobre la tierra, que los nobles tuvieron que refugiarse en los bosques, donde algunos hicieron levantar sus tiendas.
Si Witemberg hubiese venido pronto, probablemente no habría encontrado dura resistencia; pero, como era experto capitán y conocedor de los hombres, tenía sus razones para demorar el ataque.
La primera y segunda semana transcurrieron bastante bien, pero a la tercera, aquella prolongada inactividad empezó a aburrir a todos. El calor aumentaba cada día. Los nobles rehusaban tomar parte en los ejercicios, dando por excusa que sus caballos, atormentados por las moscas, no querían estar quietos; por lo demás, el mal ejemplo venía de arriba. Pan Korashevski había enviado desde Chaplinko la noticia de que los suecos estaban cerca, y aun cuando se estuviera en vísperas de un asedio o de una batalla, Tingmund. Grudzinski obtuvo permiso para abandonar el campamento. Aquello suscitó tales quejas y desórdenes, que el vaivoda de Posnania tuvo que acudir con muchos capitanes para aquietar los ánimos. Dijo que Grudzinski había obtenido una breve licencia para asuntos particulares. Pero el mal ejemplo produjo los peores efectos. El mismo día que marchó Tingmund, muchos centenares de nobles marcharon a la chiticallando.
También una parte de la infantería, siguiendo el ejemplo de sus jefes, empezó a desertar. Se convocó un nuevo Consejo de guerra, al cual se negaron a asistir muchos nobles. Siguió una noche verdaderamente tempestuosa, llena de clamores y disputas. Los nobles se acusaban unos a otros de querer desertar, y el grito de «todos o ninguno» resonaba de continuo. "



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