La vuelta completa (fragmento)Juan José Saer
La vuelta completa (fragmento)

"El tumulto de los altavoces de la terminal anunciando la llegada y la partida de los ómnibus, y propalando avisos comerciales y música popular, mezclado al murmullo humano, llenó los oídos de Rey y absorbió durante un instante su atención. Por un momento no oyó otra cosa, mientras se dirigía con lentos pasos hacia la calle principal, llena de gente, dejando atrás la ancha vereda del edificio de Correos, hecha de grandes lajas irregulares de una piedra lisa y blanca sobre la que la luz de la mañana de marzo reverberaba. Rey se detuvo sobre el cordón de la vereda antes de cruzar, aguardando el paso de un lento convoy de automóviles, ómnibus y camiones, y contempló los grandes y viejos árboles de la plazoleta, en la vereda de enfrente, en una de cuyas esquinas un charlatán callejero peroraba salmódicamente para un grupo sonriente de curiosos. Cuando el último de los vehículos pasó junto a él alejándose hacia el norte de la ciudad, Rey cruzó la calle con la cabeza elevada, mirando el turbio cielo de un azul puro, detrás y encima de los árboles.
Dejó atrás la plazoleta cruzándola en diagonal hacia la esquina del hotel, y pasó junto al grupo de curiosos reunidos alrededor del charlatán, un tipo vestido con ropas chillonas y un viejo pajizo fuera de temporada que rugía con voz ronca una interminable letanía. Al llegar a la esquina de la plazoleta Rey miró su reloj pulsera: eran las once y veinticinco. Cruzó la calle penetrando en el frío hall del Palace. Era un recinto pequeño y oscuro de zócalo de mármol blanco, con una escalera blanca que ascendía a los pisos superiores formando una espiral en cuyo centro la jaula del ascensor comenzaba a elevarse en el momento en que Rey entró. Una puerta doble encortinada de voile conducía al comedor, todavía desierto. El portero de uniforme gris, que llevaba puesta una gorra militar, hizo una pequeña reverencia cuando Rey pasó a su lado. El mostrador del conserje se hallaba a un costado de la entrada; en el otro extremo del pequeño recinto había unos sillones de cuero, uno de los cuales se hallaba ocupado por una mujer de edad, llena de pulseras, que hojeaba un ejemplar de Vea y Lea.
El conserje se hallaba haciendo unas cuidadosas anotaciones en el registro. Alzó la cabeza sonriendo hacia Rey; era un hombre bajo y calvo, de modos muy afectados, y estaba vestido con un ajado traje azul de tela ordinaria. Rey lo miró, entrecerrando un ojo. "



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