Tarde de agosto (fragmento)Erskine Caldwell
Tarde de agosto (fragmento)

"Vic volvió a la galería, recogió la romana y martilló el suelo con ella. Después que hubo dado unos cuatro o cinco golpes, la dejó caer y partió en dirección a la vertiente. Caminó hasta donde terminaba la sombra, en el patio, y allí se detuvo. Permaneció un momento escuchando.
Se oía a Guillermina y a Floyd, que estaban en el monte. Floyd le decía algo a Guillermina, y ella se reía ruidosamente. Se produjo un silencio que duró varios minutos y luego rieran otra vez. Vic no podía distinguir si ella reía o lloraba. Ya iba a dar media vuelta para volver a la galería, cuando oyó un fuerte grito. Fue como un alarido, pero no exactamente: como un chillido, pero tampoco precisamente eso; más bien como una persona que riera y llorara a la vez, en un tono agudo y excitado.
-¿De dónde vino la señorita Guillermina, don Vic? ¿De dónde la trajo?
-De allá abajo, cerca de aquí.
Huberto escuchó los ruidos que llegaban del pinar
-Patrón -dijo, después de un momento-, me parece que no fue a buscarla lo suficientemente lejos.
-Sí, fui lo suficiente. Si hubiera ido más allá, me hubiera encontrado en Florida.
El negro encogió los hombros varias veces, mientras alisaba la arena con sus zapatos de anchas suelas.
-Don Vic, yo en su lugar, la próxima vez iría hasta allá, y tal vez más lejos todavía.
-¿Que quieres decir con "la próxima vez"? -Y, estaba pensando que tal vez no la dejara estar más tiempo aquí, don Vic.
Vic lo maldijo.
Huberto levantó varias veces la cabeza y trató de mirar sobre la plantación hacia el pinar.
-Cállate, y no te metas en lo que no te importa. La voy a tener hasta que se me dé la gana. ¿Dónde crees que voy a encontrar una muchacha más linda que Guillermina?
-Patrón, no pensaba en si es linda o fea, sino en lo que hace. Vino ese blanco y se sentó aquí, y no pasó un momento y ya ella lo tenía con el pájaro parado
-Se porta así porque es muy chica todavía para saber que no debe tontear. Con el tiempo va a comprender mejor las cosas.
Huberto cruzó el patio detrás de Vic. Este se dirigió a la galería, y el negro se detuvo junto al sauce y se apoyó contra él; desde allí, casi alcanzaba a mirar sobre el algodonal hacia el monte de pinos. Vic subió y se tendió sobre la colcha. Se sacó los zapatos y los tiró a un lado.
-Por Dios que yo lo sabía; algo iba a pasar después que acabara de afilar ese palo -se repetía Huberto-. Los blancos demoran bastante en afilar un pedacito de madera, pero cuando terminan y no queda nada, se levantan y hacen algo antes de que pase mucho tiempo.
Vic se incorporó.
-Oye, Huberto...
-Sí, señor patrón.
-Ten el ojo alerta sobre esa romana; que no se mueva de donde está, y cuando vengan de vuelta por la huella, me despiertas en seguida.
-Sí, señor patrón. ¿Está por hacer una siestita?
-Sí. Y sí no me despiertas cuando vuelvan, te voy a retorcer el pescuezo.
Se acostó nuevamente sobre la colcha y se dio vuelta sobre un costado, para no recibir la resolana en la cara.
Huberto se rascó la cabeza y se sentó, apoyándose contra el árbol, cara a la huella que venía de la vertiente. El ronquido del patrón sobrepasaba los ruidos que, a intervalos, llegaban del bosquecillo situado más allá del algodonal. Permaneció sentado mirando la huella, somnoliento, canturreando por lo bajo. Faltaba mucho para la puesta del sol. "



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