Una puerta que nunca encontré (fragmento)Thomas Wolfe
Una puerta que nunca encontré (fragmento)

"Los hombres barren las hojas en el patio mientras los niños andan por ahí con sus tirantes y el humo pone su aroma alrededor. Las hojas de los robles, grandes y marrones, se acumulan sin cesar en los jardines y cunetas: amortiguan bien las rodillas de los niños que juegan en la calle. El fuego chasqueará y azuzará como un fuste, el humo agrio y penetrante irritará los ojos; en los campos cosechados, como un ejército de langostas, las pequeñas víboras de fuego lo devorarán todo, dejando a su paso un tosco y negro borde de rastrojo chamuscado.
El fuego entierra una espina de recuerdos en el corazón.
La hierba escarchada, afilada como un bosque de pequeños cuchillos de hielo, se derrite al mediodía: el verano ha terminado pero el sol calienta de nuevo y hay días de oro y carmín sobre la tierra. El verano ha muerto, la tierra espera, el suspense y el éxtasis roen los corazones de los hombres. El sol arde con tonos sangrientos a medida que se pone, hay destellos colorados en los cubos maltrechos, el gran establo adquiere la antigua luz mientras el chico vuelve a casa con la leche tibia y espumeante. Enormes sombras se alargan en el campo, la vieja luz roja muere rápidamente y los ladridos crepusculares de los sabuesos suena remoto y lleno de escarcha: suenan los astutos silbidos dirigidos a los perros de la escarcha y el silencio. Eso es todo. El viento se enrosca y traquetea entre las viejas hojas marrones, y las del gran roble no dejan de caer a lo largo de la noche.
Los trenes cruzan el continente en medio de un torbellino de polvo y ruido, las hojas cubren los rieles al paso de la locomotora: los grandes trenes se abren camino a lo largo de barrancos y desfiladeros; pasan atronadores sobre los puentes, por encima del oscuro y poderoso rumor de los portentosos ríos; trepan por las colinas, bordean la hojarasca marrón de los campos esquilmados; pasan como una exhalación por las estaciones vacías de los pequeños poblados, y su ritmo frenético palpita regularmente por toda la nación.
Campos y colinas, pendientes y barrancos y abismos, montañas y planicies y ríos, territorio salvaje de árboles talados; un matorral de maleza tupida, retorcida y oscura; una meseta, un desierto y una plantación; un fabuloso paisaje sin amabilidades acotado por cercas; una inmensidad de pliegues y circunvoluciones que no puede memorizarse, que nunca se puede olvidar, que nunca ha sido descrita. Exhausta después de la cosecha, potente gracias a cada fruto, a cada mineral, la inconmensurable riqueza del mundo se torna parda con el otoño. Flagrante y desbocada, y al mismo tiempo extática y perenne: así es la tierra americana en octubre.
Y los poderosos vientos barren y aúllan por toda la tierra: rugen a lo lejos entre grandes árboles. Y los chicos se agitan extasiados en sus camas, pensando en demonios y en descomunales remolinos de ese viento. Y toda la noche se escucha la nítida e inclemente lluvia de bellotas y castañas, que no dejan de caer en medio del silencio viviente y los remotos y escarchados ladridos de los perros, en medio de la torpe y menuda agitación de plumas en los corrales encalados, mientras resplandece la voluminosa y baja luna de otoño, ora enredada entre las ramas desnudas de los pinos, ora en el linde absorto que forman las copas en la cima, a veces dejándose caer con su luz fantasmal y lechosa sobre las ondulaciones del terreno, sobre la pelusa llena de rocío de las calabazas, a veces más blanca, más pequeña y más brillante, pero elevándose siempre sobre la colina de la iglesia, elevándose también sobre un millón de calles, sobre la tierra inmersa en rocío y silencio.
En medio de esas noches, el repique de las campanas heladas brotaba de su cáscara en el aire absorto y la gente lo escuchaba desde sus camas. La gente no hablaba ni hacía aspavientos, el silencio roía la oscuridad como una rata, la gente susurraba en su corazón: «El verano vino y se fue, vino y se fue, ¿y ahora...?».
No dirán nada más, no tendrán nada más que decir: sólo recordarán a los que llevan tanto tiempo muertos; recordarán los rostros olvidados, los rostros perdidos; y pensarán (con el ruido de fondo de los grandes barcos en el río, de sus silbatos) en aquello que no se puede expresar con palabras.
La oscuridad era lo único que se movía a mi alrededor mientras yacía en la cama, pensando y sintiendo la oscuridad, sintiendo y pensando en la oscuridad. Sólo una puerta chirriaba suavemente en algún lugar de la casa.
Pensaba: «Octubre es la estación del regreso, el tiempo de anhelar todo lo perdido, incluso los amores perdidos. Las bocas de los jóvenes están secas y amargas a causa del deseo: sus corazones, nuestros corazones, fueron heridos con las espinas de la primavera; con las espinas de abril, cruel y florido».
Pensaba: «La primavera no tiene lenguaje, sólo un grito. Aun así, más cruel que abril es la serpiente del tiempo».
Octubre es la temporada del regreso: hasta el pueblo parece renacer. La corriente de la vida está en todo su esplendor nuevamente, regresan los atuendos a la moda y los negocios fáciles, y los cuerpos de los pobres quedan a salvo del calor y de la extenuación. La miseria y el terrible bochorno del verano caen en el olvido, como caen en el olvido el recuerdo de los tejados calientes y las paredes húmedas, el infierno del sudor y del esfuerzo, la preocupación sin esperanza, el limbo de caras grasientas y pálidas. Ahora, la felicidad y la esperanza renacen de nuevo en los corazones de millones de hombres; la gente respira de nuevo el aire con apetito, los movimientos están llenos de vida y energía. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com