A la luz del día (fragmento)Constantinos Cavafis
A la luz del día (fragmento)

"Nada más conciliar el sueño me sucedió algo extraño. Vi que había luz en la habitación, y no sabía por qué no la había apagado antes de acostarme, cuando veo venir desde el fondo de la habitación, del lado de la puerta —mi cuarto era bastante grande— a un hombre que reconocí inmediatamente. Llevaba el mismo traje negro y el mismo viejo sombrero de paja. Pero parecía contrariado, y me dijo: “Te he estado esperando hoy desde el mediodía hasta las cuatro en el café. ¿Por qué no has venido? Te ofrezco hacer tu suerte ¿y no acudes corriendo? Te esperaré otra vez en el café hoy por la tarde, desde el mediodía hasta las cuatro. Y ven sin falta”. Luego desapareció como la otra vez.
»Pero ahora me desperté aterrorizado. La habitación estaba a oscuras. Encendí la luz. El sueño había sido tan real, tan vivo que me quedé aturdido y confuso. Tuve la incertidumbre de ir a ver si la puerta estaba cerrada. Estaba cerrada, como siempre. Miré el reloj: eran las tres y media. Me había acostado a las tres.
»No os oculto ni me avergüenzo en absoluto de deciros de que estaba muy asustado. Me daba miedo cerrar los ojos y dormirme otra vez y volver a ver a mi fantasmagórico visitante. Me senté en una silla muy nervioso. Sobre las cinco empezó a clarear. Abrí la ventana y vi la calle despertarse poco a poco. Algunas puertas se habían abierto y pasaban algunos lecheros madrugadores y los primeros carros del pan. La luz me tranquilizó un poco y me eché de nuevo quedándome dormido hasta las nueve.
»A las nueve, cuando me desperté, me acordé del trajín de la noche y la impresión empezó a perder intensidad. No sabía por qué me había agitado tanto. Cauchemars tiene todo el mundo y yo he tenido muchas en mi vida. Por otra parte esto no era un cauchemar. Es cierto que había tenido dos veces el mismo sueño. Pero ¿por qué con éste? Y ante todo ¿era verdad que lo había tenido dos veces? ¿Es que acaso no había soñado que había visto antes a este mismo hombre? Pero después de mucho recordar, deseché esta idea. Estaba seguro de que había tenido el sueño dos noches antes. Pero ¿qué tenía entonces de raro? El primer sueño parecía haber sido muy vivo y me había causado una fuerte impresión, por eso lo había vuelto a tener. Sin embargo aquí mi lógica fallaba un poco. Pues no recordaba que el primer sueño me hubiera impresionado. Durante todo el día siguiente no había pensado un instante en él. Durante la excursión y en la reunión de por la noche había pensado en todo menos en el sueño. ¿Y qué? ¿Es que no soñamos a menudo con personas que hace muchos años que no vemos? Parece que su recuerdo se nos queda en cierto modo grabado en la memoria y de repente se reaparece en sueños. De manera que ¿qué había de extraño en tener el mismo sueño después de veinticuatro horas, aunque durante el transcurso del día no me hubiera acordado en absoluto? Luego me dije que quizá hubiera leído algo sobre un tesoro escondido y que, sin darme cuenta, hubiera influido en mi mente, pero por más que pensaba no conseguía recordar semejante lectura.
»Al final me aburrí de estos pensamientos y empecé a vestirme. Tenía que ir a una boda y enseguida, con las prisas y con escoger la ropa, el sueño se borró enteramente de mi recuerdo. Después, fui a comer y, para pasar un poco el rato, me puse a leer una revista publicada en Alemania —el Ésperos, creo.
»Me fui a la boda, donde se había reunido toda la buena sociedad de la ciudad. Yo tenía entonces muchas relaciones, con lo que, después de la ceremonia, estuve repitiendo infinidad de veces, lo guapísima que estaba la novia, sólo que un poco pálida, lo majo y joven que era el novio, además de ser rico, y cosas así. La boda terminó hacia las once y media de la mañana, y luego me fui a la estación de Bulkeley a ver una casa de la que me habían hablado y que tenía que alquilar por encargo de una familia alemana de El Cairo que quería pasar el verano en Alejandría. La casa era realmente fresca y bien distribuida pero no tan grande como me habían dicho. Con todo, prometí a la dueña que yo recomendaría su casa como la más adecuada. La dueña se deshizo en agradecimientos y para conmoverme me contó todas sus desdichas, cómo y cuando había muerto el marido, que había visitado también Europa, que no era mujer para poner en alquiler su casa, que su padre había sido el médico de no sé qué pachá, etc. Una vez cumplido este encargo, volví a la ciudad. Llegué a casa hacia la una de la tarde y comí con gran apetito. Cuando terminé el almuerzo y me tomé un café, salí para ir a casa de un amigo mío que vivía en un hotel cerca del café “Paraíso” para organizar algo para por la tarde. Era el mes de agosto y el sol abrasaba. Bajé despacio por la calle Cherif Pachá para no sudar. La calle a esa hora estaba, como siempre, desierta. Sólo me encontré con un abogado con el que tenía que preparar unos documentos para la venta de un pequeño terreno en Moharrem Bey. Era la última parcela de una finca bastante grande que había ido vendiendo poco a poco para cubrir así una parte de mis gastos. El abogado era una persona honrada y por eso lo había elegido. Pero era un pesado. Hubiera preferido que me robase un poco y que no me aturdiera la cabeza con sus palizas. A la menor, empezaba una perorata interminable —me hablaba de derecho mercantil, traía a colación a Justiniano, recordaba viejos procesos en que había tomado parte en Esmirna, hacía el elogio de sí mismo, me explicaba mil cosas sin venir a cuento para nada y me agarraba de la chaqueta, cosa que odio. Tenía que soportar la tabarra de ese estúpido porque cuando se le agotaba el carrete de su sermón yo intentaba saber algo de la venta que para mi tenía un interés vital. Estos esfuerzos míos me desviaron de camino y seguí con él. Atravesamos, por la Plaza de los Cónsules, la acera de la Bolsa, pasamos por el callejón que une la Plaza Mayor con la Plaza Chica y, por fin, cuando llegamos al centro de la Plaza Chica, había conseguido todas las informaciones que yo quería y mi abogado me dejó al acordarse que tenía que visitar a un cliente que vivía por allí. Me detuve un momento y lo vi alejarse mientras maldecía su cotorrería que en medio de semejante calor y semejante sol me había hecho desviarme de mi camino. "



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