El derecho a la pereza (fragmento)Paul Lafargue
El derecho a la pereza (fragmento)

"La pasión ciega, perversa y homicida del trabajo transforma la máquina liberadora en instrumento de esclavitud de los hombres libres: su productividad los empobrece.
Una buena obrera no hace con su huso más de cinco mallas por minuto; ciertas máquinas hacen treinta mil en el mismo tiempo. Cada minuto de la máquina equivale, por consiguiente, a cien horas de trabajo de la obrera, o, lo que es igual: cada minuto de trabajo de la máquina concede a la obrera diez días de reposo.
Lo que es cierto para la industria de los tejidos lo es, más o menos, para todas las industrias renovadas por la máquina moderna.
Pero ¿qué vemos? A medida que la máquina se perfecciona y sustituye con una rapidez y precisión cada vez mayor al trabajo humano, el obrero, en vez de aumentar su reposo en la misma cantidad, redobla aún más su esfuerzo, como si quisiera rivalizar con la máquina. ¡Oh competencia absurda y asesina!
Para dar libre curso a esta competencia entre el hombre y la máquina, los proletarios han abolido las sabias leyes que limitaban el trabajo de los artesanos de las antiguas corporaciones, y han suprimido los días de fiesta.
Pero ¿acaso se cree, que porque los obreros trabajaran entonces cinco días sobre siete, vivían sólo de aire y agua fresca, como cuentan los mentirosos economistas? ¡Venga ya!
Ellos tenían ocios para probar los goces de la tierra, para hacer el amor y reírse, y banquetear alegremente en honor a la jubilosa diosa Holgazanería.
La sombría Inglaterra, convertida en la mojigata del protestantismo, se llamaba entonces la «alegre Inglaterra» (Merry England).
Rabelais, Quevedo, Cervantes, los autores desconocidos de las novelas picarescas, nos hacen la boca agua con las escenas de aquellas monumentales comilonas con que se regalaban en aquella época entre dos batallas y dos devastaciones y en las que no se escatimaba en nada. Jordáens y la escuela flamenca de pintura nos las han reproducido en sus telas vivaces.
Sublimes estómagos gargantuescos, ¿qué os ha pasado? Sublimes cerebros que encerraban todo el pensamiento humano, ¿dónde habéis ido a parar? ¡Cuánto hemos degenerado y empequeñecido! La vaca rabiosa, la patata, el vino adulterado y el aguardiente prusiano combinados con los trabajos forzosos, han debilitado nuestros cuerpos y encogido nuestras mentes. Y es precisamente entonces cuando el hombre restringe su estómago y la máquina aumenta su productividad, cuando los economistas predican la teoría malthusiana, la religión de la abstinencia y el dogma del trabajo! Tendríamos que arrancarles la lengua y tirársela a los perros.
Como la clase trabajadora, en su ingenuidad y buena fe, se ha dejado adoctrinar, y se ha arrojado ciegamente, con su impetuosidad nativa, al trabajo y a la abstinencia, la clase capitalista se ve condenada a la pereza y al goce forzado, a la improductividad y al sobreconsumo. Pero si el sobretrabajo del proletariado aniquila su carne y atenaza sus nervios, el exceso de consumo no es menos fecundo en sufrimientos para el burgués.
La abstinencia, a la cual se condena la clase productora obliga a los burgueses a consagrarse al sobreconsumo de los productos que fabrica desordenadamente.
Al principio de la producción capitalista, hace uno o dos siglos, el burgués era un hombre ordenado, de costumbres moderadas y pacíficas; se contentaba con su mujer o casi, bebía cuando tenía sed, comía cuando tenía hambre. Dejaba a los cortesanos y cortesanas las nobles virtudes de la vida disoluta. "



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