El cerro de las campanas (fragmento)Juan Antonio Mateos
El cerro de las campanas (fragmento)

"Desde la horrible hecatombe de Uruapan, la revolución se había levantado poderosa. Herida en su corazón por la muerte de sus valientes hijos, aceptó por completo un duelo a muerte, sin misericordia... ¡era necesario jugar el todo por el todo!
La crisis europea soplaba el fuego revolucionario, y ya nadie desconfiaba de un éxito, cuyos primeros vislumbres llegaban de donde cuatro años antes surgía la tormenta intervencionista.
El ensayo monárquico había abortado, sólo los intereses altamente comprometidos sostenían una situación que se derrumbaba al soplo omnipotente de una nación en sus esfuerzos heroicos por salvar su independencia.
La crisis era terrible, las tinieblas se habían disipado, y todas las esperanzas se desvanecieron como los celajes de la tarde al viento de la noche.
El coloso americano había tirado su guante sobre la arena del mundo y desafiado a la Europa entera.
La Francia había recogido ese guante, para... es necesario decirlo de una vez, para ponerlo humilde y rendida sobre el bufete del Capitolio.
En las aguas del Bravo, en ese torrente tumultuoso que marca los límites de la república, se dio el primer espectáculo, en que la suerte del imperio quedó resuelta en el porvenir definitivamente.
Una cañonera francesa fue atacada por los americanos desde las orillas de Brownsville.
El pabellón francés, flotando sobre aquella miserable barca, tenía tras sí treinta y tres millones de hombres dispuestos a hacerse matar por la honra de su bandera.
Así lo ha visto el mundo entero, así lo esperaba la generación contemporánea.
¡Fragilidad humana!
La señora del viejo Continente, la que decide sobre su carpeta de los destinos de Europa, pasó por alto el ultraje al pabellón de Montebello, Inkerman y Sebastopol
Algo de terrible encontraba el orgulloso Bonaparte para que en sus labios se detuviese el grito de guerra, ese grito asolador que hace estremecer a un hemisferio.
La doctrina Monroe se enseñoreaba en el mundo de Colón.
La Francia, el imperio, la complicidad europea, todo desaparecía, todo, cayendo el telón sobre aquel espectáculo sangriento.
El Canadá, y ese grupo de islas que se llaman las Antillas, ven desde entonces escrito sobre el libro de su porvenir la palabra independencia.
Los agentes del decaído imperio que tenían acceso en los altos círculos de la política, habían avisado al archiduque que el gobierno de la Unión mantenía una correspondencia activa con el gabinete de las Tullerías, referente a los asuntos de México.
Maximiliano estaba terriblemente inquieto y solicitaba el auxilio de su hermano José II, que lo veía naufragar en la más espantosa de las catástrofes.
El emperador de Austria no podía hacer nada por su desgraciado hermano; porque la guerra con Prusia en la cuestión del Lombardo, Veneto, estaba al estallar, y ya el Cuadrilátero estaba en jaque por los inventores del fusil de aguja.
El mariscal Bazaine había enfriado sus relaciones con Maximiliano, comenzando a poner en juego una política oscura, que tendía a desprestigiar al imperio y a echarle encima la revolución que se hacía formidable por momentos.
El mariscal, sin contar con el emperador, hacía canjes de prisioneros y conservaba relaciones con los republicanos.
Algunos acusan a Bazaine de haber querido sustituir a Maximiliano, pretendiendo que la Francia siguiera por su cuenta el negocio de la conquista. Esto no es creíble, porque Bazaine estaba al tanto de lo que pasaba, y ese plan que se le atribuye era de todo punto irrealizable. "



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