El drama de Mosén Jacinto (fragmento)Jesús Pabón
El drama de Mosén Jacinto (fragmento)

"En cualquier vida -en la de Verdaguer por tanto- lo más fácil de imaginar son las "situaciones-cumbre", especialmente aquellas que, por serlo venturosamente, no parecen tener historia. Pensemos en el Verdaguer de los años 1883 a 1886, desde la muerte del primer marqués de Comillas hasta el viaje a Tierra Santa. Su situación de capellán-limosnero en el palacio de la Puertaferrisa, es envidiable y envidiada. Tengamos en cuenta las cualidades personales del segundo marqués, su religiosidad, su bondad y su generosidad sin límites, sus viejas aficiones poéticas también; consideremos lo que era, en la vida económica y social de la Barcelona y de la España de esos años. Pensemos en lo que, por muy varias razones, era Verdaguer para él: "el Marqués no sólo estaba satisfecho, sino también orgulloso de tenerle consigo y de sentarle todos los días a su mesa; le veneraba por sus virtudes y le confiaba todos los secretos; Verdaguer era su consejero en las dudas, su consolador en las penas y desgracias de la familia...; era, -decía- para mí y para la Marquesa, nuestro mejor tesoro, el don preciosísimo que la divina Providencia nos había concedido".
En esos años y en el palacio de la Puertaferrisa, Mosén Jacinto gozaba del prestigio supremo de sus éxitos literarios; ejercía una influencia decisiva, demostrada una y otra vez; disfrutaba de comodidades superiores a cuantas apetecía; vivía sin cuidados por el presente; y hasta el porvenir quedaba atendido con los ahorros, que la administración del Marqués invertía en acciones y obligaciones del Ferrocarril del Norte, según el futuro imprevisto haría conocer. Situación -decíamos- envidiable y envidiada, de la que ha escrito Serra y Boldú: "En esa casa López estaba como pez en el agua...": "En casa López vivía bañándose en agua de rosas...".
Opinión extendidísima, entonces y luego, gracias a su sencillez y superficialidad. Y que, por contradecir de lleno cuanto conocemos de la psicología de Verdaguer y de su intimidad en estos años, se basta a estorbar la inteligencia del drama.
En ningún sentido podemos considerar a Mosén Jacinto "apegado" a aquella vida, como arquetipo ideal o fuente de placeres y provechos. Probablemente, no se dio entera cuenta del excepcional privilegio de su posición. Y el hondo desprendimiento de cuantas ventajas gozaba o podía gozar, era uno de los rasgos comunes del Marqués y el Capellán, y una de las bases que cimentaron la histórica amistad.
En esa vida, el sacerdote podía hacer una pregunta trascendental al hombre y al poeta.
Esa pregunta le fue hecha por otro sacerdote. Un buen día, Sardá y Salvany le abordó en la Tipografía Católica de la calle del Pino, y le dijo: "Y tú, Cinto, ¿cuándo te cansarás de laureles de poeta, de eglantinas y de flores naturales? ¿No podrías ayudarme a emprender algo para el pueblo, de carácter religioso y de propaganda?". La pregunta produjo la serie de "cánticos", comenzados a publicar en marzo de 1882, en que el Poeta quedaba sacrificado en aras de la piedad popular. "



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