De propia vita (fragmento)Gerolamo Cardano
De propia vita (fragmento)

"Estando en Venecia, el día de la Natividad de Nuestra Señora perdí parte de mi dinero jugando y, al día siguiente, el resto. Jugaba en casa de mi contrincante y, al percatarme de que las cartas estaban marcadas, lo herí con un puñal en la cara, aunque superficialmente. Andaban por allí dos mozos de su servidumbre; dos lanzas colgaban del techo y la puerta de la calle estaba cerrada con llave. Ahora bien, yo, después de haber cogido todo el dinero — el suyo y el mío— y mi ropa (además de unos anillos que había perdido la víspera y había recobrado aquel día al comienzo del juego, mandándolos inmediatamente a mi casa con mi criado), me avine a cederle parte del dinero, pues veía que estaba malherido. Embestí al punto contra los dos mozos que no habían tenido todavía tiempo de coger las lanzas; se echaron a mis pies y les perdoné la vida a cambio de que me abrieran la puerta. Al ver su amo tanto desorden y confusión y teniendo toda tardanza por delatora de que en su casa (como creo) me había estado engañando con cartas marcadas, echó cuentas de que había poca diferencia entre ganancias y pérdidas, mandó abrir la puerta y yo me marché.
Ese mismo día, por ver de evitar que la guardia de palacio me detuviera como autor de lesiones en la persona de un senador, caminaba armado con una coraza bajo la capa, cuando, a eso de las dos de la madrugada doy un traspié y caigo al mar. No me dejé morir: agitaba la diestra y pude agarrar un tablón. Unos amigos cogieron una barca y me sacaron sano y salvo. Al subir a la barca (caso extraño) hallé al individuo con el que había estado jugando: llevaba la cara vendada por culpa de la herida. Sin que yo se las pidiera, me ofreció ropas de viaje y en su compañía viajé hasta Padua.
En Amberes, al ir a comprar una joya, caí en un hoyo (no sé por qué ni para qué había tal cosa en el taller del joyero) y quedé herido y contusionado en la oreja izquierda. Resté importancia al incidente, pues la herida era sólo superficial.
El año 1566, estando en Bolonia, me tiré de un carruaje en marcha con los caballos desbocados. Me rompí el dedo anular de la mano derecha y también se me dañó el brazo, que no podía doblarlo. Así estuve unos pocos días, pero luego la dificultad se me pasó al brazo izquierdo, mientras el derecho quedaba sano, suceso por demás maravilloso si no fuera porque después de nueve años, sin causa alguna y como por arte de magia, volvió la afección al brazo derecho y todavía ahora me molesta. Por su parte el dedo, sin aplicarle remedio alguno, ha evolucionado favorablemente; tan es así, que ahora ni siento dolor y casi no me molesta.
¿Y qué voy a contar del peligro de coger la peste que corrí el año 1541? Había ido a hacer una visita médica a un criado del coronel dell´Isola, noble genovés. El criado estaba encerrado en las afueras a causa de la peste. Era que en el viaje de regreso de Suiza había dormido con dos enfermos que luego murieron. Ajeno a todo esto, sostuve el palio del emperador cuando entró en Milán, por ser yo rector del Colegio de médicos. Cuando supimos de qué enfermedad se trataba, el coronel pretendió que escondiéramos en el campo al muerto —que por muerto lo teníamos—, pero yo no quise dar mi consentimiento, ya que nada aborrezco más que el engaño y las consecuencias que trae. Dios me ayudó: sanó el enfermo contra toda esperanza, ayudado no poco por mis paternales desvelos. "



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