Historia de las pulgas que viajaron a la luna (fragmento)Kobo Abe
Historia de las pulgas que viajaron a la luna (fragmento)

"No había nada que Junpei Nara odiara tanto como la llamada disponibilidad de concesión o de negociación. Acertado o fallido, el juicio siempre es relativo, por lo cual uno no puede dejar de hacer lo que le parezca correcto; si no existe mutua comprensión en este punto, no funciona ninguna democracia. El exceso de críticas siempre nos conduce al nihilismo que anhela la aparición de un héroe carismático… Al llegar a este punto de su reflexión, siempre lograba despreocuparse de la reacción del público en estado normal, pero ahora, ante la desesperación total de los organizadores precoces, no le quedó más remedio que buscar alguna medida para cambiar la situación. Esa hoja de presentación haría su efecto solo en un ambiente propicio para la jovialidad ligera y un humor sofisticado; sin embargo, todo iba de mal en peor después de los cuarenta y cinco minutos de retraso, para presentar, de paso, una película tan ridículamente didáctica, apenas mejor que una caricatura, con el título de Aventuras en el mundo nuevo. Le haría falta una jugada mágica para domesticar un público tan irritado… Ya se sabía, por esta mala organización, que se trataba de un grupo capaz de disponer de un moderador torpe, que cometiera errores graves que expulsaría a más de la mitad del público, incluso antes de que el conferencista subiera a la tribuna, y que, todo cohibido, leyera al pie de la letra el texto, como si fuera una súplica para calmar a los espectadores ya demasiado aburridos… Claro, era lo que de seguro iba a suceder. “Uno de los críticos culturales más importantes de Japón… columnista permanente del periódico S… setenta por ciento de los estudiantes universitarios fuera de los círculos atléticos… punto de vista tan lúcido y apasionante… el foco central del periodismo nacional…”. ¡Qué horror! Literalmente peor que una mujer fea vestida de gala. Casi se podía imaginar cómo los espectadores le mostrarían sus caras, con los labios fruncidos en un rictus de burla al presenciar semejante escena…
Sin poder aguantar más la inquietud, a Junpei Nara se le ocurrió aprovechar los minutos de demora para explicarles en detalle a los estudiantes organizadores en qué consistía el espíritu esencial del texto. Realizó una aclaratoria realmente exhaustiva; con una perseverancia extrema como para pelar una por una las semillas de maní, les habló en un tono enfático, destacando cada una de las frases con un frenesí de neurótico. Uno tras otro, se fueron retirando con espanto los jóvenes que le prestaban atención por cortesía, y al cabo de diez minutos ya no quedaba nadie alrededor del conferencista.
De manera que ahora Junpei Nara permanecía solo, sincronizando la respiración con el ritmo del sueño para no malgastar ni un minuto de espera.
Sentía que ya había pasado bastante tiempo, pero al ver el reloj se dio cuenta de que apenas habían pasado cinco minutos. Volvieron los pasos, que se detuvieron indecisos afuera de la puerta. Cuando empezó a inquietarse por el silencio que duraba más de lo debido, giró el picaporte, y dejó pasar a un desconocido. Era un hombre huesudo, vestido con un traje ordinario color gris, un tanto mayor que los organizadores, quizás alrededor de los treinta años. No se fijó mucho en él, por considerarlo como un miembro más del grupo. "



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