Las dos amantes (fragmento)Alfred de Musset
Las dos amantes (fragmento)

"Pese a la opinión de la criada, no podía por menos de creer que iba a descubrir algún misterio.
«¡Quién sabe! —pensaba—. Acaso espera a alguien. ¡Bonito papel haría yo si llegase a venir un tercero!»
La marquesa abrió el libro al azar, volvió a cerrarlo y pareció reflexionar. Valentín creyó advertir que miraba hacia la alacena. Por la rendija de la puerta seguía todos sus movimientos, cuando tuvo una extraña idea. ¿Habría hablado la criada? ¿Sabría la marquesa que estaba él allí?
Ésa es, diréis vos, una idea disparatada, y sobre todo muy poco verosímil. ¿Cómo suponer que después de su carta, advertida la marquesa de la presencia de Valentín, no lo hubiera hecho poner en la puerta, o no lo hubiera puesto ella misma, por lo menos?
Empiezo por deciros, señora, que yo he hecho la misma reflexión que vos; pero debo añadir, para tranquilidad de mi conciencia, que bajo ningún pretexto he de intentar poner en claro estas cosas. Hay quienes siempre lo creen todo posible y quienes jamás creen posible nada; el deber de un historiador es relatar, dejando que cada cual se divierta en pensar lo que quiera.
Todo cuanto puedo decir es que, evidentemente, la declaración de Valentín había disgustado a madame de Parnes; que probablemente no había vuelto a ocuparse de él; que, según toda apariencia, le creía ausente; que, aun más probablemente, habría comido bien, y que venía a echar la siesta al pabellón; pero es lo cierto que comenzó por extender una pierna sobre el canapé y luego la otra; que reclinó la cabeza en un almohadón, cerrando los ojos dulcemente, y que después de esto me parece difícil no creer que se durmiera.
Sintió deseos Valentín de probar a hacerse pasar por un sueño, como dice Valmont. Empujó la puerta de la alacena, y un chirrido le hizo estremecerse; la marquesa abrió los ojos, se incorporó y miró alrededor. Como supondréis, Valentín no se movió. Y no habiendo vuelto a oír ni a ver nada, madame de Parnes se durmió de nuevo. Valentín avanzó de puntillas, y palpitante el corazón, sin casi respirar, llegó como Roberto el Diablo hasta la adormecida Isabela.
No es corriente reflexionar en tales circunstancias. Jamás madame de Parnes estuvo tan bella; sus entreabiertos labios parecían más rojos; un más vivo color pintaba sus mejillas, y su respiración dulce y pausada movía suavemente su seno alabastrino, cubierto de una blonda sutil. No más bello, del mármol de Carrara, saliera el Ángel de la Noche bajo el cincel de Miguel Ángel. Es bien cierto que, aun ofendida, una mujer tan bella, sorprendida así, debe perdonar el deseo que inspira. Sin embargo, un ligero movimiento de la marquesa detuvo a Valentín. ¿Dormía? A su pesar, esta duda le acobardaba. "



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