Los apuñaladores (fragmento)Leonardo Sciascia
Los apuñaladores (fragmento)

"Tras despedirse de Cripì, Mattania entró en el arzobispado. La reunión era en el apartamento que allí tenía monseñor Calcara en calidad de secretario del arzobispo, un apartamento que Mattania describió luego minuciosamente a nuestros jueces. Había doce personas. Nueve eran miembros del clero: el segundo secretario del arzobispo, el párroco de San Nicolò en Albergheria, el canónigo Sanfilippo y otros que Mattania refirió. Entre los tres «de civil» reconoció enseguida al príncipe de Sant’Elia y a Giardinelli; el tercero supo que era el cavaliere Longo.
El príncipe de Sant’Elia le habló «en tono severo». Traducimos el italiano de Mattania: «Pareti y el padre Agnello me han hablado de usted muy encarecidamente, y sé que ha empezado a operar para la causa. Pero sepa que sólo pago a trabajo hecho. No soy tan idiota como para volver a gastar cuatro mil onzas casi por nada y con el peligro de acabar mal. Y seguro que habría acabado mal si no es por los medios de que dispongo. Actuaremos, pero con mucho cuidado. Usted parece listo, pero no olvide que en este momento la policía tiene más tentáculos secretos que pelos tengo yo en la cabeza. Ya sabe los sufrimientos que he pasado durante veinte meses, y sin ser culpable de nada: por eso he jurado vengarme aunque me fusilen. Dicho esto, si se muestra usted leal, primas no le faltarán».
El príncipe de Giardinelli introdujo la conmovedora nota del recuerdo. Le comentó a Mattania que lo encontraba muy envejecido, dando a entender que ya se conocían, al parecer de cuando estaban en el ejército de Garibaldi, en el que Mattania era, según dijo, subteniente (Giacosa, con la antipatía que sentía por Garibaldi y todo lo garibaldino, lo creyó). ¿No merecería esta reunión en el arzobispado, entre dos garibaldinos y nueve clérigos que conspiran juntos para la restauración borbónica, ser inmortalizada en un cuadro de Mino Maccari para el Museo del Risorgimento de Palermo?1
Al atento gesto del príncipe de Giardinelli respondió Mattania diciendo en tono melancólico que eran «las penalidades pasadas» las que lo habían envejecido antes de tiempo. Tras lo cual fueron al grano: cuánto había que pagar a las familias de los condenados y a las cuadrillas.
Aunque Sant’Elia había dicho que no daría más dinero hasta ver resultados, acordaron que el martes siguiente Mattania recibiría en casa de Giardinelli setecientas onzas, que debería repartir del siguiente modo: cien para cada una de las familias de los condenados a muerte, cincuenta para las de los condenados a cadena perpetua y ciento ochenta para los jefes de grupo. Y con eso y con nuevas recomendaciones de prudencia fue despedido.
Según habían quedado, Mattania se dirigió a casa de Cripì, en el callejón de los Schioppettieri; no lo encontró allí y la mujer de Cripì le dijo en qué cafés y tabernas podía hallarse. «Estuve buscándolo un buen rato», dice Mattania —para darle la buena noticia de las ciento ochenta onzas—, pero como no dio con él regresó a casa y redactó el informe que acabamos de resumir y que al día siguiente, en manos de los magistrados Mari y Giacosa, tantas órdenes de arresto y registro iba a ocasionar intempestivamente. "



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