El diablo meridiano (fragmento)Luis Mateo Díez
El diablo meridiano (fragmento)

"Fue tu llegada lo que rompió el ritmo de aquellos días, la costumbre que se había establecido con esa naturalidad con que a veces se instauran las cosas más absurdas.
De suyo, nada había sucedido, quiero decir que de la misma manera en que yo comencé a comer con doña Cima, a beber a su lado, comencé a no salir, a no ir a ningún sitio, porque no parecía que estuviese en mis intenciones ir a ninguno.
La misma idea de esconderme era un pretexto para no hacer nada, esa necesidad de que nada exista que es la que mejor recompone mi pensamiento, la que más me sosiega. Eso es difícil lograrlo sin alguna estrategia de ocultamiento, y para ocultarse hay que encontrar una guarida y la que más me seduce es la que más se parece a la isla del náufrago.
Llegas después de nadar, cansado, agotado, cuando la isla es la contrapartida del naufragio, cuando tienes la sensación, el convencimiento, de que te tiraste al agua para encontrarla, de que la isla era más necesaria que el propio barco donde unas veces navegabas de grumete y otras de capitán, eso da lo mismo. Hay que llegar a alguna playa desconocida, un barco en alta mar no es un seguro de vida, en la vida no hay nada seguro, todo marinero tiene la obligación de saltar por la borda.
En cuatro o cinco semanas la costumbre había borrado el tiempo. Cuando me escondo, lo que menos me interesa es la conciencia del tiempo, que el tiempo exista.
Voy a decirte una cosa: eso es lo que desde el comienzo más me atrajo.
Todavía las confidencias eran precarias y, sin embargo, la confianza que crecía de un día a otro se iba fortaleciendo con esa complicidad de un tiempo inexistente. Ella lo necesitaba tanto como yo y hubo un mutuo acuerdo de no nombrar los días, de no citar las horas, de no comentar nada que al tiempo se refiriera.
Un pacto que sólo respetaba aquella cita del mediodía, cuando viene el diablo, como tanto le gustaba decir, de tal modo que siempre era mediodía, que no existía otra hora.
Venía el diablo y descorchábamos la primera botella…
Si exceptúo las ocasiones de sus desvanecimientos, la violencia de sus caídas o algunos otros episodios en que algo le fallaba y una extrema inquietud desbordaba sus nervios, todo ese tiempo inexistente, las cuatro o cinco semanas que precedieron a tu llegada, está colmado de una dichosa laxitud que acaso pueda compararse con la que desde el sueño conduce a la muerte, si es verdad que ése es el tránsito más venturoso para perder la vida.
Aquella complicidad se rompió cuando llegaste, no sé qué meta hubiéramos alcanzado si no hubieras venido. De algunos sitios me he ido sin avisar, de otros tuvieron que echarme.
Hubo un mediodía que se unió al mediodía siguiente.
Doña Cima dormitaba sobre la mesa camilla, yo recobré el conocimiento en el suelo, removido por los arañazos del gato.
—El más allá… —dijo ella, sin que fuera posible la sonrisa en sus labios, apenas una mueca dolorosa.
El más allá no lo conozco, es una isla a la que nunca llegué. "



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