Cécile (fragmento)Benjamin Constant
Cécile (fragmento)

"A esa buena intención había que añadir unas consideraciones menos puras y más egoístas. La señora de Malbée, que había pasado el invierno en Italia, estaba a punto de regresar y, según su costumbre, exigía imperiosamente mi presencia para una fecha determinada. Al observar que no me explicaba con claridad al respecto, volvió a adoptar en sus cartas el tono violento y amenazador que tan a menudo me había sublevado contra su dominio y mi debilidad. Entreveía en los proyectos de Cécile tantas dificultades, y en cualquier caso debía transcurrir tanto tiempo antes de que se cumplieran, que una decisión tomada de antemano apenas me parecía una decisión. Además, me decía a mí mismo que Cécile sólo podía salir ganando al romper sus relaciones con un marido extraño, mediocre y celoso, y que aunque no me casara con ella siempre se encontraría mejor si recuperaba su libertad. Además, no estaba del todo seguro de que fuera a proponerme el matrimonio, y mi indecisión se refugió en la especie de incertidumbre que, al respecto, podía quedarme.
Así pues, la esperé sin haber adoptado una resolución. Llegó y me preguntó si me casaría con ella en caso de que, sacrificando parte de su fortuna, lograra zafarse del yugo que la tenía oprimida. Aplazar mi respuesta era renunciar a ella para siempre. Aceptar era casi no comprometerme a nada, al haber tantas posibilidades de que su proyecto fracasara. Además, su dulzura, ese largo amor que me había guardado, la pena que mi indecisión le habría causado, todo me impulsó sin remedio a optar por el sí. Entonces me contó que, tras enojos y discusiones diarios, el señor de Saint-Elme le había dicho que, ya que para ella el hecho de no poder encontrarse conmigo suponía una desgracia tan grande, prefería separarse antes que verla pensando en otro. Su matrimonio, celebrado en Alemania, nunca había sido válido en Francia. Era contrario a la religión católica, que proscribe el divorcio, y ningún sacerdote se había prestado a bendecirlo. Por ello, el señor de Saint-Elme le propuso que se declarara la nulidad o que se interpusiera un recurso de casación ante los tribunales alemanes.
Nos citamos repetidas veces. Aunque Cécile viniera sola a mi casa, jamás intenté obtener nada de ella. No quería ocasionarle remordimientos si seguía siendo la mujer de otro, ni crearnos recuerdos molestos si se convertía en la mía. El señor de Saint-Elme le entregó todos los papeles que creyó necesarios. Ella fijó la fecha de su partida. La vi la víspera. Sus muestras de afecto me emocionaron vivamente. Acordamos lo que haríamos, pero aquellos planes me seguían pareciendo quiméricos. Cécile no quería hacer nada sin el consentimiento de su familia, e ignorábamos por completo si sus familiares aceptarían sus resoluciones. "



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