Emilio, o de la educación (fragmento)Jean-Jacques Rousseau
Emilio, o de la educación (fragmento)

"No existe locura que un hombre no pueda curársela si no es demente, si no es la de la vanidad, la cual únicamente se corrige con la experiencia, si alguna cosa de ella puede ser corregida; quizá en sus inicios podamos evitar que tome incremento. No profundicéis en larga argumentación para hacer demostrar al muchacho que es hombre como los demás, y que está expuesto a idénticas flaquezas. Haced que se dé cuenta por la experiencia o no se dará cuenta nunca. Aquí nos hallamos en un caso de excepción a mis propias reglas, que es el de exponer voluntariamente a mi discípulo a todas las dificultades que le prueben que no es más discreto que nosotros. De mil formas se repetiría la aventura del titiritero; dejaría que los aduladores obtuviesen de él el partido que se les antojase; si unos atolondrados le hacían cometer algún disparate, le dejaría que padeciese sus consecuencias; si unos tahúres le instaban a que jugase con ellos, le dejaría que le sacasen su dinero con trampas; permitiría que le adulasen, que le esquilmasen, que le vaciasen el bolsillo, y que cuando le vieran sin un céntimo se burlasen de él; les agradecería delante de él por las lecciones que le habrían dado. De lo único que con cuidado le preservaría sería de los lazos tendidos por las cortesanas, y la única contemplación que con él tendría sería participar de todos los riesgos que le dejara correr y de todos los desaires que consintiera le hiciesen. Todo lo soportaría en silencio, sin quejarme, sin echárselo en cara, sin articular palabra, y estad seguros de que con esta prudencia nunca desmentida, todo cuanto por él me vea sufrir le producirá más impresión que lo qué él mismo sufriese.
No puedo menos de poner aquí en evidencia la pretendida dignidad de los ayos, que por representar el impertinente papel de sabios desairan a sus alumnos, tratándolos con afectación, como si fueran niños, y distinguiéndose siempre de ellos en todo lo que les obligan a hacer. Muy lejos de abatir así su pecho juvenil, no omitáis nada para el fin de levantar su ánimo, hacedlos iguales vuestros, para que de esta forma lo sean, y si aún no pueden subir hasta vosotros, bajaos sin escrúpulos ni vergüenza hasta ellos. Pensad que vuestro honor se cifra más en vuestro alumno que en vos; tomad parte en sus yerros, con el fin de que se enmiende en ellos; haceos responsable de su ignominia con el fin de que se borre; imitad a aquel valiente romano que, viendo huir a su ejército y no pudiendo reunirle, corrió al frente de sus soldados gritando: «No huyen, sino que siguen a su capitán». ¿Se deshonró con eso? Al contrario, aumentó su gloria. La fuerza de la obligación y la hermosura de la virtud nos arrastran involuntariamente y arruinan nuestras desatinadas preocupaciones. Si me propinaran una bofetada desempeñando mis obligaciones en presencia de Emilio, lejos de vengarme me alegraría haberla recibido y dudo que se hallara hombre tan despreciable que por eso no me respetase más aún. "



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