Vidas rebeldes (fragmento)Arthur Miller
Vidas rebeldes (fragmento)

"Un mozo aprieta la cincha al toro con un fuerte tirón. El animal levanta bruscamente la cabeza, la compuerta del cajón se abre y Perce sale disparado al ruedo.
Cerca del cajón de salida, Roslyn percibe el temblor de la tierra al irrumpir el toro bravo de estampida en el ruedo, y el trueno de su peso la ciega prácticamente; sólo unas cuantas impresiones deshilachadas alcanzan a traspasar el pavor que la embarga: el cuello del toro, con la soga atada, sus ojos extrañamente mortecinos fijos en una especie de inmóvil visión de venganza, el temblor de la tierra que parece invocar resonantes respuestas de las profundidades del subsuelo. La bestia se encorva en el aire, cambia de dirección, baja al suelo, y el cuerpo de Perce se retuerce y encorva, y en cuanto recupera la posición vertical vuelve a ser zarandeado, arrojado y comprimido como si estuviera amarrado al cabo de un látigo. Perce, con los dientes apretados, tiene una mueca de angustia en el rostro, y cuando desciende en una sacudida del animal, su cabeza se inclina hacia atrás como la de un suplicante arrojada contra el cielo del atardecer. El público lo jalea, pero Roslyn no oye sus gritos; los espectadores agitan los puños en el aire y muestran sus dientes a centenares de demonios imaginarios, ladran los perros, se rompen cascos de gaseosas, los desconocidos se aprietan los brazos unos a otros, un transistor en las gradas anuncia a todo volumen el menú de una aerolínea, y el sol empieza a esconderse detrás de las ciegas montañas; un vacío rodea a Roslyn, un silencio de incomprensión, en el que tan sólo alcanza a vislumbrar la mirada implacable, fija, del toro y la cabeza de Perce doblándose hacia atrás, como la de un muñeco, con una impotente desolación en los ojos que desmiente la determinación viril de su boca.
Guido ya no lo jalea. En su ebrio abotargamiento, algún interés distinto parece haber despertado en su interior y se vuelve hacia ella para consolarla, pero Roslyn escapa hacia la multitud que está a sus espaldas. De pronto un grito áspero, un clamor, un «¡Oooh!» del público hace que dirija otra vez la mirada hacia el ruedo.
Perce está tumbado en el suelo, con el hombro doblado tapándole la mitad de la cara. El silencio de las montañas se extiende sobre el ruedo y las gradas. El toro bravo embiste y patea el suelo cerca del cuerpo de Perce, y el picador intenta guiarlo hacia el cajón, con semblante adusto, girando al caballo con el cuerpo a cada finta del toro blanco.
Gay corre por delante del toro. Sortea y esquiva los giros del animal; el caballo del picador le hace de escudo un momento, mientras él arrastra el cuerpo de Perce por la suave arena hasta la valla. Guido lo ayuda a levantarlo y llevarlo al otro lado.
El público, puesto en pie, observa la escena en silencio. Ahora se oyen los furiosos bufidos y resoplidos del toro. Una nube de polvo gris ha quedado suspendida sobre el ruedo, pero la brisa nocturna que comienza a levantarse ya la está arrastrando.
La oscuridad intensifica el resplandor de los letreros de neón de los bares, y sobre el perfil de la sierra aún quedan vestigios de luz azulada. Frente a los bares se apiñan los vehículos aparcados, e incluso uno se ha empotrado en una fachada dejando un boquete en el revestimiento de estuco. La muchedumbre ya no es tan densa y avanza a ritmo de paseo. Algunas familias ya desfilan en sus coches y camionetas. Hay montones de pequeñas cuadrillas de cowboys saliendo y entrando en los bares, cada una con su chica correspondiente. Conversaciones inaudibles tienen lugar dentro de vehículos aparcados, entre los trenes de carga, alrededor de esquinas sin iluminar, algunas entre hombres, otras entre hombres y mujeres, algunas de ellas estallan en gritos y extraños repudios, otras en risas y vuelta a entrar en los bares.
Roslyn, sentada en el asiento delantero de la camioneta, descansa la cabeza en el brazo. Tiene el rostro desencajado por el berrinche, la respiración todavía convulsa de tanto sollozar.
Gay la llama desde la ventanilla contraria. Hay malestar en su semblante, pues la sabe disgustada con él. "



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