La guarida (fragmento)José Francés
La guarida (fragmento)

"Boni seguía evocando la trágica escena, y aquella horrible punzada que sintiera en el corazón al ver a la muchacha caída sobre la cama, desnuda y blanca, con un agujero en la sien, por donde iba resbalando roja y silenciosa la sangre. Instintivamente pensó en su hija; la antigua fe católica de sus años de ramera volvió a ella con nueva fuerza, prediciéndola un castigo del cielo, el desquite de tantas mujeres que acaso maldijeran su casa después de haber gozado en ella.
No poco trabajo le costó a Monegal convencerla de que no había motivo para dejar un negocio que tan buena renta les producía.
Por fin, cuando ya cesaron los trámites judiciales y otro nuevo escándalo se apoderó de los periódicos, y pudo recobrar a su hija tan ignorante de todo como siempre, se tranquilizó, riéndose de sus antiguos temores.
Además, desde entonces, y por una extraña aberración sexual, el cuarto del crimen fue el más solicitado, el que rara vez estaba vacío, como un simbólico triunfo de la Vida sobre la Muerte.
Oyendo hablar a Boni, Prieto sufrió la obsesión vergonzosa y triste de momentos antes, cuando a toda luz de sol Fresnedo y Montiel hablaban del cuadro de este último. Era nuevamente la rectificación de lo inevitable, de la Muerte que avanza tronchando naranjos en flor y sorprende a la carne en pleno espasmo. La voz enérgica, llena, de Montiel, volvía a sonar en sus oídos: «el sucio amor de las mancebías» de las casas de citas...»
Y sin embargo, aquel cuadro como aquel cuarto, donde el placer se convulsionaba trágicamente, le excitaba, le impulsaban a gozar de la vida en un instintivo desprecio de la muerte. Su deseo guardaba una fuerte exuberancia rabiosa, como los cuerpos que, al pudrirse, fecundan la tierra; como esa espantosa lujuria de algunos enfermos incurables.
Sonó el timbre de la cancela, y Boni corrió a la taquilla.
Una voz de hombre, trémula y medrosa, hizo la pregunta reglamentaria:
—¿Hay habitación?
—¿De qué precio?
—Lo mismo da... Que sea buena.
Boni descolgó una llave de entre varias que había colgadas detrás de la puerta. Todas ellas tenían sujeto con bramante un cartón con el número del cuarto.
—Ahí tienen ustedes. Llevan ustedes el principal núm. 5.
Luego, entreabriendo un poco la puerta, gritó:
—¡¡Pepa!! ¡A ver esos señores que van al 5!... Prieto se había inclinado para mirar por el ventanillo; pero sólo pudo ver los pies de ella, breves y bien calzados, en el revuelo de la falda bajera roja y la falda de encima azul obscuro; él debía ir delante, enseñando el camino.
Boni, después de consultar la hora, cogió un pedazo de tiza y escribió en el encerado:
5-4 V.
Después, volvió a sentarse en el sillón tranquilamente, libertada por el vulgar episodio de aquella trágica obsesión de los suicidas. "



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