El trasgo (fragmento)Feodor Sologub
El trasgo (fragmento)

"Los novios habían preparado un lunch, compuesto de fiambres, vodka y licores. Se sentaron todos a la mesa y dieron principio a la ingestión de líquidos y sólidos. Peredonov comía muy poco y parecía presa de una gran angustia; el motivo de su inquietud era Volodin, de cuyos proyectos criminales estaba más convencido a cada instante.
—¡Por Dios! ¿Qué te pasa? —le preguntó Varvara.
—Después de la boda se calmará —dijo la señora Prepolovenskaya—. Sobre todo cuando consiga la plaza de inspector.
Gruchina lanzó una carcajada. Todo aquello la divertía. Preveía un escándalo. Y no sólo lo preveía, sino que había puesto de su parte cuanto le había sido dable para provocarlo. Por lo pronto les había dicho en secreto a todos sus conocidos la fecha verdadera de la ceremonia, a fin de inspirarles la idea de ir al pueblecillo en calidad de espectadores; luego les había dado algunos copecs a dos chiquillos, hijos del cerrajero del barrio, encargándoles de una misión especial.
—Cuando los novios vuelvan a la ciudad —les había dicho—, tiradles al coche piedras, tronchos de berza, cortezas… ¡Pero no le digáis a nadie que os lo he mandado yo! Juradme que no se lo diréis a nadie.
Los dos chiquillos se lo juraron del modo más solemne; pero ella, para mayor seguridad, les obligó a tragar un poco de tierra.
—Ahora, si faltáis a vuestra palabra, se os llevarán los demonios.
Todo ya a punto, los novios y los invitados se dispusieron a tomar el camino del pueblecillo.
Tres coches se aproximaron a la puerta. Había que ponerse en marcha lo más pronto posible, antes que los carruajes llamasen la atención de la gente. En el primero se instalaron Peredonov y Varvara, en el segundo el matrimonio Prepolovenskaya y Rutilov, en el tercero, Gruchina, Volodin y Falastov.
Al atravesar la comitiva la Plaza Mayor, Peredonov tuvo una extraña visión. Envueltos en el polvo que levantaban los carruajes, creyó ver unos carpinteros con camisas rojas y aspecto de verdugos trabajando en la construcción de una especie de patíbulo. La visión sólo duró un instante. Cuando Peredonov, atravesada ya la plaza por los coches, volvía la cabeza aterrorizado, los terribles obreros y el patíbulo, o lo que fuese, habían desaparecido.
Durante todo el trayecto el profesor siguió sombrío, taciturno. Una enorme tristeza oprimía su corazón. Todo en torno se le antojaba hostil, malévolo, amenazador. El viento se le figuraba invisible y furioso enemigo que silbaba en su oído, al atacarle, maldiciones e injurias. El polvo que dejaba atrás el carruaje tomaba a sus ojos una vaga forma de serpiente. Le parecía que los árboles se inclinaban sobre él en inquietante actitud; que el sol se ocultaba tras las nubes para espiarle mejor; que al conjuro de un ser arcano, poderoso y adverso, surgían de súbito a ambos lados del camino arbustos, bosquecillos, colinas y arroyos de magia. Un pájaro pasó volando por cerca del coche. "



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