La Vida de Nuestro Señor Jesucristo (fragmento)Louis Veuillot
La Vida de Nuestro Señor Jesucristo (fragmento)

"La respuesta de Jesús fue divina: en aquel mismo momento curó a muchos enfermos y poseídos del demonio que le rodeaban, y luego, dirigiéndose a los discípulos de Juan Bautista, dijo: «Id, y contad a Juan lo que habéis oído y visto; los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres les es anunciado el Evangelio. Y bienaventurado el que no se escandalizare en mí.» Estas palabras aluden claramente a las de Isaías, cuando anunció que en tiempo del Mesías los cojos saltarían como los ciervos, la lengua del mudo quedaría libre, y los oídos del sordo y los ojos del ciego se abrirían. Así los discípulos de Juan recibieron una doble prueba: la de los milagros y la del cumplimiento de las profecías. Jesús hizo a continuación el elogio de Juan, ensalzando su firmeza, su vida austera y su rango entre los Profetas: «Sí, ciertamente os digo que es más que Profeta, porque este es de quien está escrito: He aquí que Yo envió mi Ángel ante tu faz que preparará tu camino.» «Y en verdad os digo que entre los nacidos de mujeres no apareció otro mayor que Juan Bautista.»
Poco tiempo después tuvo lugar la muerte del Precursor. Herodes, que le tenía encerrado en el castillo en que celebraba hacia un año su incestuoso enlace con la mujer de su hermano, dio su cabeza a una hija de aquella, Herodías, para recompensarla por haber bailado delante de él después de un festín. Era moda en aquella época entre las mujeres de alto rango bailar imitando a dos mímicas célebres, Pílades y Batila, a quienes Roma admiraba; y por esto se ve lo que eran los Reyes y los poderosos de la tierra en la época de Jesucristo. En tanto Jesús iba por las ciudades y por los pueblos anunciando el reino de Dios, y los Doce le acompañaban, formándose a su ejemplo en el ministerio, aun para ellos desconocido, y que debían desempeñar más tarde. Seguíanle también, según la costumbre establecida, algunas mujeres, o ya curadas de sus males, o ya libres de los espíritus malignos: eran María Magdalena; Juana, mujer de Chusa, intendente de Herodes; Susana, y varias otras que le asistían con sus bienes. Jesús recibía también a los ricos entre sus discípulos; y el Evangelio, al señalar con frecuencia esta circunstancia, refuta el error de aquellos que quieren ver en Jesucristo una especie de nivelador y predicador de la igualdad de bienes y condiciones. Es verdad que aquellos ricos eran pobres de corazón; y debían serlo, porque es imposible servir a Dios y a Mammona (riqueza); pero Jesús les enseñaba solo el buen uso de las riquezas, e imponía únicamente su pobreza a aquellos a quienes llamaba al ministerio del Evangelio.
También los fariseos le seguían, y, mezclados con la multitud, trataban de corromper los buenos sentimientos de aquel pueblo que no podía oír a Jesús ni contemplar sus milagros sin reconocer en Él al enviado de Dios. Con frecuencia, cuando Jesús entraba en una casa para descansar, iba a ella tanta gente, que ni siquiera podía comer el pan, que era su alimento. Llevábanle enfermos, y los enfermos eran curados, y el pueblo exclamaba: «¿No es este el Hijo de David?» Aquel entusiasmo popular exasperaba el odio de los fariseos, que, no pudiendo negar los milagros, volvían a decir que Jesús arrojaba los demonios por medio también de los demonios, mientras le pedían que hiciera prodigios en el cielo. Jesús les congregó un día, y les mostró lo absurdo de aquella acusación, porque el demonio no obra contra sí mismo, ni en nombre de Satanás se puede arrojar a Satanás; añadiendo: «Si por el espíritu de Dios arrojo al demonio, es que el reino de Dios ha venido.» Pero aquellos sabios no querían convertirse, y al ver su obstinación, Jesús se dolió de ella, y la condenó. «Yo os lo digo: todo pecado y blasfemia serán perdonados a los hombres; más la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada; y todo el que dijese palabras contra el Hijo del Hombre, perdonadas le serán; más al que las dijese contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro.» Esto lo dijo Jesús, según lo hace notar el Evangelio, «porque le acusaban de estar poseído del espíritu inmundo,» es decir, del espíritu de la mentira, cuyo nombre es Satanás. Aquel que tenga oídos, oiga. "



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