Historia de Florencia (fragmento)Robert Davidsohn
Historia de Florencia (fragmento)

"Durante mi larga vida, que excede los límites fijados por el salmista, en varias ocasiones me encontré con hombres de la más diversa índole: reyes y príncipes, estadistas, un Sumo Pontífice antes de ser dignificado con tal condición, cardenales, arquitectos, escultores, pintores, compositores, científicos de las más variadas disciplinas, personalidades tediosas y divertidas, brillantes y pedantes, en una sucesión de lo más pintoresca. Durante el transcurso del anterior medio siglo me he consagrado a estudios serísimos y agradables, pero al mismo tiempo he podido observar con enorme pasión la vida cotidiana. Suele creerse que la "Sociedad" es ahora similar en todos los países, a excepción de detalles nimios alusivos a las costumbres y tradiciones. Y lo mismo pasa con las clases medias. Incluso los trabajadores han sido homologados para afrontar el desarrollo industrial y tecnológico. El pequeño mundo al que me referiré pertenece al pasado. La observancia rigurosa de un orden estricto, el incremento del tráfico, el auge de las grandes superficies ahítas de baratijas de todo tipo han sido factores concomitantes en el ocaso y decoloración de la imagen de la "civitas" que pudiéramos preconcebir, pero realmente vale la pena recordar todo aquello que se ha evaporado. A los jóvenes algunas cosas referidas podrán parecerles más bien propias de un cuento de hadas, a pesar de que en la fresca memoria de los hombres permanece incólume aquello que los más jóvenes puedan atribuir a la fábula.
En Florencia algunas particularidades han perdurado más tiempo que en otras grandes ciudades transalpinas. Roma, Nápoles, Milán, Génova y Turín han crecido a un ritmo más vertiginoso que la ciudad de cuatrocientos mil habitantes que se ha extendido entre valles y colinas al abrigo del Arno, más renuente a permitir sin más el acceso de la modernidad. ¿Quién no es capaz de recordar la afable figura del "ciarlatano", aquel locuaz pregonero de antaño que recorría las calles florentinas hasta las sendas limítrofes de la ciudad en un dorado carruaje, prometiendo traer un lenitivo para el ofuscado dolor de unos dientes cercanos a la podredumbre o los múltiples efectos que garantizaba el consumo de sus píldoras y licores mágicos en aras de domeñar los más inimaginables males. ¿Qué decir de su estruendoso acompañamiento a cargo de cuatro musicantes, ataviados con vistosos uniformes que se sentaban en la parte trasera del susodicho carro y cuyos acordes rendían armonioso duelo a las vociferaciones de la sufriente gente? Los gastos atribuibles al ciarlatano hubieron de ser sustanciales, pero sin duda la credulidad de la gente le resultaba de lo más beneficiosa. La empresa revestía cierto riesgo, dado que en ocasiones el peculiar "galeno" en sus ambulantes escenas topaba con un verdadero médico. Se trata de tiempos muy remotos aquellos en los que los curanderos ejercían su "arte" envueltos en la parafernalia de un infausto carruaje y el florilegio de la música. "



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