La lámpara maravillosa (fragmento)Ramón María del Valle-Inclán
La lámpara maravillosa (fragmento)

"Pero aquellos primitivos aún seguían oyendo las músicas paganas y no pudieron descubrir toda la amorosa y viva entraña del Pobrecito de Asís. Sus almas, como murciélagos de la noche, temblando bajo el arco de aquel místico amanecer, sin poderlo pasar. Solamente algunos ascéticos advirtieron el sentido inefable de una belleza donde los ojos aman por la gracia de ver y los oídos por la gracia de escuchar, sin el halago de las formas sensibles, con olvido del sentimiento genitor que anima la tragedia. Toda la vida franciscana está llena de este ejemplo, y en algunos pasos su emoción es tan honda que sobrecoge. Yo me represento a Meser Francisco, como le llaman las viejas historias de los conventos, caminando en compañía de Fray León desde Perugia a Santa María de los Ángeles: Ya cerca del anochecido oyen la campana de un leproso que viene hacia ellos, y entonces Meser Francisco, como por su voto de pobreza no puede hacerle limosna de dineros, lleno de amor le besa en la cara hedionda, y puesto otra vez a caminar le explica a Fray León el sentido de la perfecta alegría. Esta rosa del rosal franciscano tiene el aroma de aquellas que se abrían en los huertos nazaritas cuando pasaba la sombra de Jesús. Pero la comunión con el espíritu del seráfico mendicante estaba reservada a los humildes, y mejor que los teólogos y definidores la tuvieron aquellos legos que en las cocinas de las granjas por donde postulaban, referían a modo de cuento ejemplar los milagros y penitencias del Glorioso Señor San Francisco. Éstas son las Florecillas que un siglo después ponía en escritura Fray Hugolino de Monte Giorgio. El Pobrecito de Asís, con total olvido de las razones egoístas y carnales, nos enseña el amor inocente, igual por la oruga que por la estrella. Ama las cosas, no por lo que son para nuestros fines, sino por aquella razón de conciencia que a todas las hace ser distintas y buenas: Unas veces para sí, otras para el ajeno, otras para Dios.
¡Alma que peregrinas en busca de la eterna belleza, pon cilicio a tus gustos, castígalos y quebrántalos! ¡Un día sentirás el gozo de amar las ásperas ortigas como si fuesen verdes y suaves linos! No mires con desabridos ojos el calvero, ni el tremedal con susto; sobre el calvero salta el agua primaveral de la nieve con claros cristales, y en el tremedal tiene seguro el sapo venenoso. ¡Busca en todas las cosas un ingenuo conocimiento y procura amarlas en el bien ajeno, olvidada para siempre de sus fines mundanos, alma peregrina del mundo! Si tal alcanzas, te será revelada la íntima belleza de todas las cosas, y sin ciencia de sabios, cubierta de luz, entenderás la palabra campesina y enigmática del Hijo. "



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