Muerte en el castillo (fragmento)Pearl S. Buck
Muerte en el castillo (fragmento)

"Lady Mary se movió en su lecho, cubierto por amplio dosel. Abrió los ojos, miró a la oscuridad y permaneció inmóvil. Algo la había despertado, un ruido, una voz quizá. ¿La habría llamado Sir Richard? Se sentó en el lecho, bostezó delicadamente, ocultando la boca con el revés de su mano, y encendió la luz que había sobre la mesita. Los blancos cortinones de la habitación, que protegían los ventanales, ondulaban con suavidad, y el aire era húmedo. La lluvia que se esperaba había aparecido y la niebla procedente del río debía invadirlo todo. Retiró las mantas de su cuerpo y se puso a tientas las zapatillas de satén que estaban en el suelo. Tenía que ir en el acto junto a Richard y ver si necesitaba algo. Se deslizó en el interior de su blanco «negligée», encendió una vela que le alumbrara a través del pasillo, carente de luz eléctrica, y con pasos quedos se dirigió a la habitación de Sir Richard. Giró con facilidad las dos hojas de la puerta, entró en la habitación y, dirigiéndose hacia la cama, se apostó a su lado y lo observó, utilizando como pantalla una mano para que la oscilación de la llama no lo despertará.
—Richard —murmuró con suavidad.
No contestó. Estaba dormido y su respiración era profunda y regular. No era él entonces quien la había llamado. ¿Quién podría haberla despertado? Salió de la alcoba de puntillas y cerró las puertas. ¿Volvería de nuevo al lecho? Se quedó titubeando, mientras temblaba de frío en aquélla atmósfera tan húmeda. Por fin, como siempre le ocurría cuando estaba indecisa, recurrió al ensimismamiento y cerró los ojos hasta que al otro extremo del túnel distinguió la lucecita que le daba conciencia de cuanto tenía que hacer…
Un sentimiento familiar de alivio y tranquilidad se apoderó de su ánimo. No, no debía ir a la cama; tenía que ponerse encima algo caliente, el batín de franela, y ¿después, qué? Caminar quizá, reflexionando sobre todo y esperando el momento oportuno, ¿esperar hasta que ellos la avisaran? Pudiera ser que no oyera la voz, aunque algunas veces obraba por inspiración, cual si unas manos invisibles, más ingrávidas que el aliento, rozaran sus mejillas, sus manos, los hombros y la condujeran a algún lugar. Sí, ahora estaba segura de que los sentía y que la guiaban a través del corredor hacia el salón principal. Se dejó fluir hasta encontrarse bajo la lámpara y advirtió que la detenían. Espera, sintió, espera a oír la voz, la voz del rey Juan; si fuera la suya —pobrecito rey Juan—, la de quien una noche falleció en este castillo de un atracón de melocotones maduros y de unos tragos de sidra fría… No obstante esta vulgaridad, el rey siempre había sido uno de sus favoritos. El conocimiento de su persona había llegado a ella a través de la lectura de un libro de la biblioteca. "



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