La última felicidad de Bruno Fólner (fragmento)Mempo Giardinelli
La última felicidad de Bruno Fólner (fragmento)

"Otra resplandeciente mañana, Bruno Fólner lee detenidamente "El Sol del Chaco" y se da cuenta de que no saben nada. O eso parece, se dice, no hay ninguna nota o pista, ningún indicio. Sólo es cuestión de no volverme loco. Eso: en el acto se ratifica en que no va a volverse loco, porque aun suponiendo que no lo busquen, no puede admitir la posibilidad de que haya habido aceptación de su crimen. Ha buscado en Internet de mil modos, toda la mañana, y ningún diario, ningún portal, ninguna búsqueda por nombres dio resultados. Y sin embargo le cuesta creerlo. Todo quedó a la vista, razona, de manera que cuando encontraron el cadáver de Sarita necesariamente habrán descubierto todo lo que evidenciaba que fui yo quien adelantó su muerte, para decirlo con propiedad y suavemente.
Ahora lo que le queda es cruzar los dedos para que se olviden de él, o mejor, para que no lo busquen ni esperen. Eso es obvio, pero lo inquieta esa especie de silencio fáctico. Ha cerrado todas sus cuentas de correo electrónico, no quiere leer imeils para no depender de su propia ansiedad, e intenta convencerse de que no desea saber más, aunque quizás una cuenta debió dejar, o abrir una nueva, o no, para qué, mejor nones... No, no sabe, pero siempre es mejor no tomar decisiones apresuradas. Es uno de sus dogmas. Él está afuera del mundo ahora, y por bastante tiempo, mejor dicho todo el tiempo, una especie de para siempre. Sé muy bien que es egoísta y jodido todo esto, pero así es la cosa, los muchachos podrían pedirme explicaciones, requerir de mí, culparme porque más allá de justificaciones piadosas yo les maté a la madre. Carajo, qué hijo se banca eso. O sea, un lío. Mejor terminar la novela que he empezado y hacerla llegar a la Agencia. Un pdf desde cualquier hotmail o yahoo trucha y chau. Ellos sabrán qué hacer y luego si hay algo que pagar, lo cobrarán los chicos. Para eso dejé todos los poderes en regla. Y basta de esto.
Pide un té con limón que le trae Laurinha con su chas—chas, chas—chas y sus tetitas turgentes bajo la camiseta. La mira con una sonrisa complacida, de vejete pícaro que ya no está para ciertos trotes, pero contento de darle gusto al ojo y convencido del efecto mágico de la literatura. O eso cree, o quiere creer: anclarse en la escritura y clausurar ciertas fantasías. Porque es claro que con Laurinha en pelotas sería capaz de revivir en plenitud al que fue. Sesentón pero no muerto, se dice y sonríe. Viejo verde, quieta esa mano.
Mañana de querer creer, Bruno. "



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