El fragor del día (fragmento)Elizabeth Bowen
El fragor del día (fragmento)

"Las noches que pasaba en el puesto no eran muy distintas a sus días en el estanco: por muy profundamente que durmiera junto al teléfono, en cualquier momento podía abrir un ojo sagaz. Si la inflamación nocturna de sus orejas la obligaba a quitarse los pendientes, ni una vez había olvidado ponérselo de nuevo antes de que alguien pasara por la puerta. Del ministro de la Guerra para abajo, a ella no iban a pillarla en un renuncio.
—Bueno, se te pasará enseguida, querida —afirmó, sacando pecho mientras se abotonaba la guerrera, tiraba de los faldones y ajustaba la hebilla del cinturón. Al coger su paquete de cigarrillos, que había dejado en la chimenea de Louie, y metérselo en el bolsillo, le echó un vistazo a la fotografía de Tom, como traspasándole la autoridad para el gobierno de la casa. Lo miró una segunda vez, siempre sin decir nada. Desde un principio, aquella costumbre que tenía Connie de interrogar a Tom en silencio y con descaro sacaba a Louie de quicio: a veces Connie decidía no decir una cosa en particular cuando estaba a punto de marcharse de la habitación, con plena conciencia de que, al salir y cerrar la puerta tras de sí, la dejaba a una en ascuas. En cuanto al comentario que se ahorró esta vez, Louie no lo dejó pasar, sobre todo porque parecía relacionado con Tom. Podía adivinarse un atisbo de reproche o malicia en la manera reiterada y ostentosa con que Connie observaba aquella fotografía que ella casi nunca miraba. La evitaba. En numerosísimas ocasiones había leído cuánto reconfortaba una fotografía, pero lo cierto es que ocurría justo lo contrario. Ella tenía expuesta la foto por respeto a la convención y a las costumbres, lo cual sin duda se ajustaría perfectamente a los sentimientos de Tom. Más aún, Louie le escribía diciendo: «Miro tu foto todos los días». Una tergiversación más de la insumisa realidad del amor. No era una mentira absoluta: aunque olvidara otras cosas, a diario quitaba el polvo devotamente del estante de la chimenea, y eso implicaba levantar el retrato. Al manipular algo, en cierto modo se ve. Ver, sin embargo, no es mirar.
Tom le había dado aquella fotografía; se la habían hecho justo antes de partir: la que ella ya tenía, una instantánea ampliada en la que él salía con un cuello byroniano en el paseo de Seale, no le había parecido lo suficientemente seria y apropiada, dadas las circunstancias. Ir al estudio por iniciativa propia había sido uno de sus últimos actos de despedida; en consecuencia, la cámara había captado el rostro de un hombre que ya se había marchado. Las líneas inexpresivas de sus rasgos parecían infinitamente remotas, perfiladas contra el telón de fondo rojo oscuro del estudio fotográfico: los ojos miraban la nada sin expectativas, directamente y con precisión. Querer penetrar o interceptar esa mirada dirigida a nadie era convertirse en nadie… Y después de eso, ya nada podía ser como antes. El portarretratos con el blasón militar contenía una imagen que indicaba, en el mejor de los casos, ausencia; en el peor, se derivaba una advertencia al fondo del corazón: ningún regreso es capaz de remediar un adiós. La seguridad puede imitarse, pero no renovarse. "



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