El ánima sola (fragmento)Tomás Carrasquilla
El ánima sola (fragmento)

"Doncel y escuderos tornaron a un tiempo; ellos, temblando de espanto; él, sereno e impasible.
Mándale el padre ponerse de rodillas y, en cuanto lo hace, córtale a tajos la cabellera de arcángel; júntala en manojo, y cual si fuera rayo de su cólera, lo lanza hasta el corral. Cógele por el cuello y lo levanta, tómale la espada, pártela en dos contra la rodilla y arroja los pedazos a un foso; despójalo de la espuela y las insignias, y, a dos manos, frenético, insano, le arranca, le desgarra, le hace añicos recamos, sedas y holandas. En viéndole desnudo, le echa encima las repugnantes pieles; cíñele luego los hierros remachándoselos él mismo con su propia mano. Apártase unos pasos, no bien termina; brama de ira y, entre acecidos y temblores, le dispara estas palabras:
¡Maldito sea el día en que te engendré! ¡Malditas las entrañas que te concibieron! ¡Aparta de mi vista, hijo desnaturalizado! ¡Véte a acabar tu vida, enterrado a pan y agua, en el sótano más hondo del castillo! ¡Púdrase tu cuerpo, hierva de gusanos antes de morirte, abísmese tu alma en los infiernos y caiga sobre ti la maldición de tu padre!
Repitió el eco las palabras, obscurecióse el cielo, corrió el espanto en la comarca; y Timbre de Gloria, escoltado por sus propios escuderos, marchó a la condena.
Un pergamino, escrito por el Capellán del castillo y firmado por una cruz -que era todo el autógrafo del castellano- fue remitido al padre de Flor de Lis. Por tal documento se le hacía saber la locura del mancebo y el fracaso consiguiente de las bodas.
De allí a poco, dio el anciano en sacrílega demencia. No la mano, sino el pie, puso en el rostro del Capellán; acabó a golpes de hacha con cuanta imagen de santo había en el castillo, suspendió de la horca la estatua de San Miguel, patrón glorioso de su raza; convirtió la capilla en perrera, y las venerandas reliquias de mártires, que de siglos atrás guardaba la familia como tesoro preciosísimo, fueron arrojadas al muladar.
Tras el furor, le sobrevino lamentable atonía; entróle frío en el tuétano, y murió, impenitente, blasfemo, espantoso.
La infortunada viuda quiso, al menos, desenterrar al maldecido. Bajó hasta la mazmorra y, a la luz de las antorchas con que dos pajes le alumbraban, vio al hijo de sus entrañas revolcado en su propia sangre, aplastada la cabeza como una masa informe.
No sobrevivió la infeliz a tanta desventura. Sus hijas e hijastras, unas quedaron locas, otras fatuas y tontas las restantes. Los siervos se alzaron a mayores; y sobre los inmensos dominios y riquezas de tan ilustre raza cernióse la rapiña.
Flor de Lis, entre tanto, se agostaba como azucena roída por el gusano. Viuda moralmente, muerta para el mundo y con el alma enferma, metióse religiosa en orden de estrecha regla.
Tan tétricos sucesos fueron asunto de una balada gemebunda, con que los dulces y errantes trovadores disipaban el tedio de los magnates y hacían llorar a las castellanas, en las sombrías veladas del invierno. "



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