A propósito de Schmidt (fragmento)Louis Begley
A propósito de Schmidt (fragmento)

"Me siento bastante tonto con esto de la mesa que me adjudican y de cómo reacciono, con una mezcla de incomodidad y satisfacción. Incomodidad porque parece que me he convertido en cliente habitual, como las hermanas Weird, que adoptan un aire burlón cuando aparezco, pero no hacen el menor ademán de invitarme a su mesa. Según mi manera de ver a los demás, soy motivo de bromas: ¡un vejestorio, sin nada mejor que hacer que conversar en un bar con parrilla con una camarera bonita, casi demasiado joven para ser su hija! Satisfacción —bordeando el orgullo— porque la camarera actúa como si se alegrara de verme, tanto como yo a ella. Es lógico que tenga en cuenta sus obligaciones profesionales. Imagino que, como es una buena chica, se las toma en serio. Se supone que las camareras deben hacer que los clientes se sientan bienvenidos.
De cualquier manera, hay algo en ella que va más allá del aspecto profesional. Por ejemplo, parece disfrutar sinceramente de las charlas que mantiene conmigo. Probablemente le guste que preste atención a lo que dice. Siempre he tenido fama de saber escuchar pero, en general, no es más que aparentar escuchar, mientras mi mente está a mil kilómetros de distancia. Y, lo que es más importante, ayer tarde cuando estaba tan angustiado, Carrie vino en mi ayuda. Supongo que no le costaba nada a una muchacha espabilada criada en Brooklyn o en el Bronx —qué vergüenza haber olvidado de dónde es—, pero me protegió y consoló como una verdadera amiga.
He aquí lo que pasó: levanté la mirada de la mesa porque llegaba Carrie con el café y allí, en la acera, apretado contra el cristal a no más de cinco metros de distancia, estaba el hombre con los ojos clavados en mí. Llevaba el mismo traje —tal vez con una capa más de suéteres bajo la americana, de modo que los botones le tiraban y las costuras estaban a punto de estallar— y un pequeño gorro de esquí color remolacha que le cubría las orejas. En cuanto se dio cuenta de que lo había visto me sonrió —una sonrisa amplia, desdentada, maliciosa— y me hizo un guiño. Ojos pequeños y mezquinos. Mi cara debió de haber seguido inmutable. La sonrisa desapareció de inmediato. En cambio frunció los labios y sacudió la cabeza para demostrar su disgusto ante la falta de una reacción amable de mi parte. Luego, con bastante esfuerzo, levantó el brazo derecho y me hizo un corte de mangas. En lugar de los guantes de equitación, llevaba mitones de lana azul marino, de un tipo que sólo he visto en películas: guantes gastados de mendigos o sepultureros del siglo XIX, que tapan las manos y los dedos, pero únicamente hasta la falange media, dejando expuestas las uñas largas resquebrajadas y cubiertas de suciedad. ¿Terror? ¿Repugnancia? Cuando me las arreglé para hablar con Carrie, mi voz era un graznido tan ronco como el suyo. "



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