Hija de la revolución (fragmento)Vera Broido
Hija de la revolución (fragmento)

"¡La Revolución! Mis padres habían vivido sólo para ella; todos sus amigos habían vivido sólo para que llegara aquel deseado instante. Todos ellos habían sido adoctrinados para enfrentarse a la misma muerte. Me la imaginaba como un bien inefable, glorioso y maravilloso. ¡Y el tiempo ha sobrevenido! [...] Transcurría el mes de febrero cuando tuvimos noticias de que la Revolución nos había alcanzado. Había crecido imbuida en el espíritu de aquella palabra desde mis primeros días y me había acostumbrado a esperar aquel festival universal, el cumplimiento tácito de todas las esperanzas. Incluso en Minusinsk, tan distante del vórtice de aquellos acontecimientos, la vida cambiaba durante aquella señalada noche. La policía local desapareció y los exiliados se divertían contemplando sus archivos personales en las carpetas de la estación de policía. Fue de conocimiento público que cada uno era tratado con un apodo: mi madre fue descrita como la Seria. Todos habían anhelado durante mucho tiempo regresar a la madre Rusia para ser partícipes de aquel magno acontecimiento. Todos querían marcharse tan pronto como fuera posible, o quizás todos... El deseo general de dejar Minusinks colisionaba al menos con dos obstáculos. Se esperaba que el hielo en el Yenisey comenzara a agrietarse en cualquier momento y por consiguiente aquella gélida senda sería de lo más insegura. También la gente de la ciudad se oponía a una salida tan repentina de todos los profesionales. En una reunión convocada con urgencia en el pleno del Ayuntamiento, el alcalde rompió a llorar: «Siberia ha sido una madre para todos nosotros, y pretendéis dejarnos sin tener siquiera un pensamiento para el hospital, la farmacia, la escuela, el banco. Todas estas instituciones tendrán que cerrar. ¿Qué será de nosotros entonces?». Así que se acordó que las salidas serían escalonadas, de forma que permitieran reemplazar de forma medianamente natural la ausencia del personal. Por acuerdo unánime Yekaterina Breshko-Breshkovskaya sería la primera en dejarnos. Se celebró una fiesta en honor de aquella vieja dama. La palabra Revolución fue pronunciada muchas veces en aquella velada. Me encantaba ver a todos tan felices y contentos, justo la antinomia anímica del no tan distante pasado. Pero no podía dejar de sentirme perpleja. No albergué duda alguna de que llegaría a desentrañar el fondo de aquella cuita en cuanto regresáramos a Petrogrado. [...] Mientras tanto mi madre había adoptado la decisión de que yo no podía permanecer ignorante y que por tanto debía acudir a la escuela, a pesar de mi apasionada oposición a tales designios maternales. Yo no me consideraba tan ignorante; desde que nos habíamos trasladado al piso de la Furshtatskaya había descubierto una pila de libros en una de las habitaciones. Nadie dirigía mis lecturas, así que devoraba indiscriminadamente clásicos de la literatura rusa y clásicos extranjeros traducidos a mi idioma... De hecho, podía presumir a mis once años de ser una profusa lectora. ¡Y los poetas! Cuando yo misma no estaba escribiendo unos versos (de hecho jamás se lo mencioné a mi madre), me entretenía leyendo. Lermontov era mi héroe. De los modernos simpatizaba con Alexander Blok y Nikolay Gumilev. No podía concebir mayor deleite que embelesar mi espíritu en una continua lectura, incluso cuando... me veía en la necesidad de envolverme en una manta. Estaba siempre sola y temía que la escuela atentara contra aquel hábito, pero tampoco eso se lo confesé a mi madre. "


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