No hay dos sin tres (fragmento)Peter Cheyney
No hay dos sin tres (fragmento)

"A las seis bajé al bar y bebí un par de «Martinis» secos. Después me senté en un rincón a leer el diario de la noche, pero no logré concentrarme en lo que leía. Tenía un par de ideas que podrían ser razonables, si uno les daba un par de vueltas. Podrían ser razonables. Sí; podrían es la palabra exacta.
Lo malo de la gente es que tienen dos personalidades, una la que uno ve; la otra, la que uno no ve. La mayor parte de veces la primera impresión que tenemos de una persona es completamente errónea, pero como nuestras ideas van cambiando imperceptiblemente hasta que logramos conocerlas un poco mejor, no nos preocupamos demasiado en comprobar cuán errónea fue la primera impresión que nos hizo.
La primera impresión que me hizo Weeps es la de que era un tipo muy listo. Pero tal vez no lo era tanto como yo pensé. Tal vez...
No podía estar cierto ni ya lo podría estar ahora nunca ya que Weeps estaba en estos momentos cómodamente echado sobre una mesa de piedra de la morgue y no sentía ya interés por nada ni aun por sí mismo.
Salí y puse en marcha el coche. Marché lentamente a lo largo de la costa hasta alcanzar el camino de Melquay. Luego tomé el cruce y me dirigí hacia Totnes. Atravesé la ciudad, me guié por un poste indicador y marché hasta más adelante del «Club» de Forest Hills, que se ve rodeado de parques. Luego bajé por la carretera durante media hora o cosa así, hasta que tomé el primer camino a la izquierda.
Caminé por el estrecho sendero durante un kilómetro. El camino comenzaba a torcer hacia la izquierda; ahora no era más que un estrecho sendero bordeado de altos setos. Un trecho después, el camino se enderezaba y corría prácticamente paralelo a la carretera de Totnes a Newton Abbot. Un artístico anuncio colocado en el seto informaba que la primera puerta a la izquierda conducía a «El Vivero de los Naranjos».
Paré cerca de la ancha puerta, cerrada con una barrera; bajé del coche y estuve un rato apoyado en la puerta contemplando el campo que se extendía detrás de «El Vivero de los Naranjos». Un camino de cascajo, bastante ancho para dejar paso a un auto, corría por entre los campos, desde la puerta hasta la parte posterior de la casa, que, como pude ver, estaba rodeada por una faja de grava perfectamente cuidada.
A los dos lados de la casa, al extremo del campo, comenzaba el bosque. A mi izquierda estaba el seto que bordeaba el camino que conducía a la carretera principal. Encendí un cigarrillo; abrí la puerta y pasé. Comencé a caminar alejándome de la casa en dirección al bosque. Llegué donde comenzaban los árboles, oculto por los mismos y mirando hacia la casa. Quedé pensativo. Realmente no sé en qué pensaba, ni me importaba el saberlo. Siempre he tenido la costumbre de «encajar» cualquier lugar que se me presente durante una investigación. Acostumbro a mirarle, observarlo, y tratar de llegar a alguna conclusión por remota que sea.
Pero la visión de «El Vivero» nada me sugirió. Todo lo que vi fue una agradable casa con mucho ambiente, como suele decirse, con el sol poniente que doraba sus blancas paredes y proyectaba largas sombras sobre el césped.
No se veía signo de vida alguna. Comencé a caminar a lo largo del seto hacia la parte posterior de la casa, aspirando humo de tabaco y pensando en Claudio. Había llegado a la faja de grava que rodeaba la casa, cuando oí el ruido de un camión.
Me detuve. Oí cómo frenaba para detenerse. Desde donde estaba podía distinguir la cabina del conductor. Era un camión nuevo, recientemente pintado. Me fui acercando a la casa y observé cómo el conductor bajaba del vehículo y desaparecía de mi vista al pasar detrás del camión.
Luego volvió, abrió la portezuela y se arrodilló en el estribo, buscando algo en el interior. Pude ver claramente la suela de su bota derecha a la luz del sol que caía de lleno. Era una bota herrada, con grupos de tres clavos, pero uno de esos grupos era diferente. Faltaban dos clavos, sólo quedaba uno. Eso era interesantísimo. Volví atrás y marché rápidamente, dando vuelta a la casa; atravesé el campo y me metí detrás de los árboles, donde comenzaba el bosque y desde allí, oculto a la vista, pude llegar adonde había dejado el coche. Puse éste en marcha y me dirigí hacia la carretera principal. Pisé el acelerador hasta que llegué a la carretera de Totnes a Newton Abbot. "



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