La reina de las nieves (fragmento)Michael Cunningham
La reina de las nieves (fragmento)

"La habitación está oscura y vacía. Sin Beth casi de cuerpo presente, se ha transformado de cueva del tesoro —repleta de ofrendas a la princesa dormida— en refugio de trastos. El número de objetos ha aumentado, aunque no hayan cambiado de manera sustancial. Hay más libros precariamente amontonados. La lámpara con la hawaiana sigue esperando a que le cambien el cable y ha adquirido una hermana con el pie en forma de faro y la pantalla blasonada con barcos de vela. A las aristocráticas y esqueléticas sillas gemelas les han añadido una modesta mesita auxiliar de bambú, un objeto pequeño, de aspecto humilde y de factura sencilla, siervo de las sillas.
Cuando Beth se recuperó, cuando abandonó su vida en la habitación y se reintegró al ancho mundo, se llevó consigo el encanto lánguido y eduardiano de la habitación. Ahora solo es un dormitorio abarrotado de libros y desechos, la guarida de unos acaparadores, con cierto encanto pero también sin demasiado sentido. La muerte de Beth, la idea de que hubiese podido morir en ese cuarto, arroja un hechizo, y ahora los silenciosos habitantes del dormitorio, las sillas, las lámparas y las maletas de cuero peladas, no son más que objetos que, finalizado su breve período de transfiguración, han regresado al reino de lo extraño y esperan pacientemente el fin del mundo.
No obstante, tras la barricada de trastos, la cama es blanca e inexpresiva, casi luminosa. La cama es la Bella Durmiente y todos esos objetos una mata de zarzas y espinos crecida para protegerla.
Barrett se abre paso entre los montones. Puede que la habitación sea un purgatorio de trastos, pero no está sometido a los aromas de las tiendas de objetos de segunda mano, que huelen a polvo y barniz viejo, mezclado con esa esencia deprimente y no muy limpia que parece adherirse a las cosas que hace tiempo que nadie quiere. Ahora Beth enciende velas con aroma de lavanda en todas las habitaciones, igual que una anciana utiliza el perfume, para tapar cualquier esencia detectable de degeneración.
Abre el cajón de la mesilla de noche del lado de Tyler. El cajón está lleno de cosas suyas: condones y lubricante, claro (¿de verdad usa Magnums?); un tubo de no sé qué ungüento japonés; un cuadernito de papel Rhodia y un bolígrafo Sharpie; una fotografía antigua de su madre (a veces, Barrett todavía se sorprende cuando algo le recuerda que era pechugona y de cejas gruesas, con los ojos juntos y escépticos de una mujer a quien nunca ha timado el carnicero del pueblo; una mujer guapa, como suele decirse, imponente, pero no una gran belleza, como él insiste en recordarla); unas cuantas cápsulas anticongestivas sueltas; varias púas de guitarra desperdigadas..."



El Poder de la Palabra
epdlp.com