La vida oculta de la Virgen María (fragmento)Anna Katharina Emmerich
La vida oculta de la Virgen María (fragmento)

"Hoy al anochecer vi que la caravana de los Reyes tenía unas doscientas personas, pues su generosidad les había atraído mucha turba. Desde este lado del río que acababa de pasar, la caravana se acercó por oriente a una ciudad por cuyo borde occidental pasó Jesús sin entrar en ella el 31 de julio de su segundo año de predicación. El nombre de la ciudad suena como Manacea, Metanea, Medana o Madián5.
Aquí vivían mezclados judíos y paganos; era mala gente y no querían dejar pasar la caravana aunque la carretera atraviesa el pueblo. Llevaron la caravana a un recinto murado justo al lado oriental de la ciudad, en el que había establos y cobertizos. Allí alzaron los Reyes sus tiendas, abrevaron, dieron pienso a sus animales e hicieron su comida.
El jueves 20 y viernes 21 vi que los Reyes descansaron aquí, pero estaban muy acongojados porque al igual que en la ciudad anterior, nadie quería saber nada del rey recién nacido, pese a que los oí contar muy cordialmente a los habitantes muchas cosas sobre las causas de su viaje, la longitud del trayecto y todas sus circunstancias, de lo cual recuerdo lo siguiente:
Tenían el anuncio del Rey recién nacido desde mucho tiempo atrás; creo que tuvo que haber sido no mucho después de Job pero antes que Abraham fuera a Egipto, pues una hueste de 3.000 medos del país de Job (pero que también vivían en otras comarcas) hicieron una incursión en Egipto hasta la comarca de Heliópolis. Ya no sé exactamente por qué penetraron tan profundamente, pero era una expedición guerrera y creo que venían a ayudar a alguien. Sin embargo no les fue bien porque iban contra algo santo; ya no sé si es que iban contra hombres santos o contra un misterio religioso relativo al cumplimiento de la Promesa.
Entonces, en la comarca de Heliópolis, varios de los jefes medos tuvieron simultáneamente una revelación: se les apareció un ángel que les impidió seguir adelante y les anunció que sus descendientes venerarían a un Salvador que nacería de una virgen.
Ya no sé cómo ocurrió pero no avanzaron más sino que volvieran a casa a observar las estrellas. Los medos hicieron una alegre fiesta en Egipto, construyeron arcos de triunfo y altares, los adornaron con flores y se volvieron a casa.
Eran servidores de las estrellas, gente de Media extraordinariamente alta, casi una especie de gigantes, de porte muy noble y bonito color de piel castaño amarillento. Iban con sus rebaños de un lugar a otro y con su gran poder dominaban lo que querían.
Ya he olvidado el nombre del que tenían por profeta principal; tenían muchas profecías y veían toda clase de signos en los animales. Muchas veces se les ponían de repente en el camino de sus caravanas un animal que estiraba la pata y que antes se dejaban matar que quitarse del camino. Para los medos esto era un signo y se apartaban del camino.
Los Reyes Magos contaban que fueron estos medos quienes a su regreso de Egipto trajeron por primera vez la profecía y entonces empezaron a observar los astros. Cuando decayó, la renovó un alumno de Bileam [sic] y mil años después la volvieron a renovar las tres profetisas hijas de los tres jeques. Quinientos años después, es decir, ahora [en la época del nacimiento de Cristo] la estrella había venido y ellos la seguían para adorar al rey recién nacido.
Todo esto lo contaban los Reyes a sus curiosos oyentes con la mayor ingenuidad y honradez, y se quedaron muy turbados de que éstos no parecieran creer lo que sus antepasados habían esperado con tanta paciencia desde hacía dos mil años.
Este anochecer la estrella estaba cubierta de niebla, pero cuando se hizo de noche volvió a aparecer tan clara y grande entre las nubes que se retiraban, como si estuviera muy cerca de la tierra, que salieron corriendo de su campamento a despertar a los habitantes de los contornos para enseñársela. La gente miraba fijamente al cielo, maravillada y un poco conmovida pero muchos se enfadaron con los Reyes y la mayoría solo buscaba la forma de aprovecharse como fuera de su generosidad.
Les oí contar la distancia a la que estaban ahora del punto donde se habían reunido; contaban por jornadas a pie, calculadas a 12 horas, pero como iban montados en sus cabalgaduras, que eran dromedarios, que corren más rápidos que los caballos, contaban cada día a 36 horas, incluyendo la noche y las horas de descanso. Así, el rey más alejado pudo hacer en solo dos días 5 veces 12 horas hasta el punto de reunión, y los menos alejados hicieron 3 veces 12 horas en un día y una noche.
Desde el punto de reunión hasta aquí habían hecho 672 horas y para ello necesitaron, descansos incluidos, 25 días con sus noches desde el día del nacimiento de Jesús hasta ahora. "



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