El ahorcado de La Piroche (fragmento)Alexandre Dumas (hijo)
El ahorcado de La Piroche (fragmento)

"Veinte minutos después llegaban al pueblecito donde, que Dios me perdone, tenían que cobrar cierta cantidad y de donde deberían salir anochecido para estar de regreso en casa la misma noche.
Al amanecer del siguiente día, dos soldados salieron del castillo de La Piroche para ir a descolgar el cadáver del ahorcado del que debían retirar la armadura de su señor; pero se encontraron con algo que ni por lo más remoto se esperaban: la horca y la cuerda estaban en su sitio, mas el ahorcado no se encontraba allí. Ambos soldados, creyendo soñar, se frotaron los ojos; pero el hecho era una realidad: el ahorcado había desaparecido y con él la armadura. Y lo más extraordinario es que la cuerda no estaba rota ni acortada, sino que se hallaba justamente en el mismo estado de antes de recibir al reo.
Los dos soldados fueron a anunciar el acontecimiento al señor de La Piroche, pero éste no quiso darles crédito y decidió convencerse por sus propios ojos de la veracidad del hecho. Era un señor tan poderoso que estaba seguro de que, yendo él, el ajusticiado tendría que encontrarse en su sitio; sin embargo, no pudo ver más que lo que ya habían visto los demás. ¿Qué había sido del muerto? Pues no cabía duda de que la víspera el ajusticiado había quedado bien muerto ante los ojos de todo el pueblo. ¿Acaso otro ladrón había aprovechado la oscuridad de la noche para apoderarse de la armadura? Pudiera ser que fuera así; pero, al coger la armadura, hubiera sin duda dejado el cadáver que no le servía para nada.
¿Tal vez los amigos o los parientes del muerto habían querido darle una sepultura cristiana? Semejante suposición no era descabellada, pero el delincuente no tenía amigos ni familiares y por otro lado, de haber existido unas gentes de tan religiosos sentimientos, se hubieran limitado a recoger el cadáver dejando la armadura. Por lo tanto, tampoco parecía acertado creer esto. ¿Qué había que creer entonces?
El señor de La Piroche estaba desolado por la pérdida de la armadura. Mandó publicar la promesa de una recompensa de diez escudos de oro al que entregase al culpable vestido como lo estaba en el momento de morir. Se registró casa por casa y no se encontró nada. Tampoco acudió nadie a presentarse. "



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