El rechazo (fragmento)Woody Allen
El rechazo (fragmento)

"Esa noche Borís Ivánovich no pegó ojo. Se representó el centro preescolar inalcanzable del Upper East Side, con sus aulas alegres y luminosas. Imaginó a los niños de tres años con sus conjuntitos de Bonpoint cortando y pegando y tomándose luego un reconfortante tentempié: un vaso de zumo y quizás unas galletitas de queso o de chocolate. Si a Mischa podía negársele todo eso, la vida y la existencia entera carecían de sentido. Vio a su hijo, ya crecido, de pie ante el presidente de una prestigiosa empresa, que lo interrogaba para comprobar su bagaje en materia de animales y formas, cosas que teóricamente debía conocer a fondo.
[...]
En los días posteriores al rechazo, Anna Ivánovich cayó en un estado de profunda apatía. Se peleó con la niñera y la acusó de cepillarle los dientes a Mischa de lado y no de arriba abajo. Dejó de comer con regularidad y fue a llorarle al psicólogo. «Debo de haber desobedecido los designios de Dios para que me castigue de esta manera», se lamentaba. «Mis pecados deben de ser inconmensurables…, demasiados zapatos de Prada». Imaginó que un lujoso autobús de la Hampton Jitney intentaba atropellarla, y cuando Armani le anuló la cuenta sin motivo aparente, se encerró en su habitación y se echó un amante. No fue fácil ocultárselo a Borís Ivánovich, ya que compartían el dormitorio y él no paraba de preguntarle quién era el hombre que se acostaba con ellos.
Cuando el panorama no podía pintar más negro, un abogado amigo, Shamsky, telefoneó a Borís Ivánovich y dijo que quedaba un rayo de esperanza. Propuso encontrarse en Le Cirque para comer. Borís Ivánovich llegó disfrazado, ya que el restaurante le había negado la entrada al conocerse la decisión del parvulario.
[...]
Quiso el destino que, la mañana de la segunda entrevista de Mischa, su guppi muriera repentinamente. Sin el menor aviso, sin enfermedad previa. De hecho, hacía poco que el guppi había sido sometido a una revisión médica completa y, al parecer, gozaba de una salud de roble. Como es natural, el niño se sumió en el desconsuelo. En la entrevista no quiso siquiera tocar los Lego ni los Lite Brite. Cuando la maestra le preguntó la edad, contestó con aspereza: «¿Y eso a quién le importa, saco de grasa?». Fue rechazado una vez más.
Borís Ivánovich y Anna, caídos en la indigencia, fueron a vivir a un centro de acogida para los sin techo. Allí conocieron a otras muchas familias cuyos hijos no habían sido admitidos en colegios de élite. A veces compartían la comida con esa gente e intercambiaban anécdotas nostálgicas sobre aviones privados e inviernos en Mar-A-Lago. Borís Ivánovich descubrió espíritus aún más desventurados que él, personas sencillas a las que una comunidad de vecinos había rechazado por no disponer de patrimonio neto suficiente. Los afligidos rostros de todos ellos traslucían una gran belleza religiosa. "



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