La larga marcha (fragmento)Rafael Chirbes
La larga marcha (fragmento)

"Sentía que uno de sus deseos se había cumplido, aunque la satisfacción por su cumplimiento no fuera tan intensa y gratificante como había imaginado cuando vivía en Salamanca, y a lo mejor algo tenía que ver en esa decepción el hecho de que la rigurosa vida colegial impusiera un sentimiento de fragilidad que amenazaba continuamente el deseado instante del cine, ya que cualquier falta lo ponía en peligro hasta el último momento, y los motivos de sanción en una cotidianidad reglamentada casi hasta el infinito por una compleja casuística eran muy numerosos. Uno podía ser sancionado por mirar en dirección a la ventana mientras un profesor procedía a anotar algo en la pizarra, por volver la cabeza durante el rezo del rosario en la capilla, por llevar las botas sucias, por no hacer bien la cama, o llegar tarde a filas, o dejar mal cerrado el cajón de la mesilla.
Las ocasiones de error e indisciplina se sucedían y resultaba difícil no caer en alguna de ellas por más que se permaneciese acechante. No bastaban ni la mejor voluntad, ni el ejercicio continuado de la atención. A lo largo de las veinticuatro horas de cada uno de los días de la semana, siempre había un segundo de indisciplina o descuido que convertía al alumno en motivo de escarmiento para los demás. Incluso, una vez instalado en la butaca del salón de actos, y en el transcurso de la proyección, un bisbiseo, o una risa más alta de lo aceptable, podían suponer la inmediata expulsión de la sala en mitad de la película que uno había esperado ver durante toda la semana y cuyas escenas había imaginado vívidamente. El castigo consistía en permanecer de pie en el pasillo, de cara a la pared, escuchando el ruido de voces y música que llegaba desde los altavoces del interior del salón de actos. Esa proximidad convertía el correctivo en más doloroso. Pero, además de la incertidumbre que rodeaba el cine colegial, había otras diferencias entre las proyecciones del orfanato y las que José Luis había presenciado con anterioridad en Salamanca.
La pantalla del salón de actos del colegio era mucho más pequeña que la del cine Alamedilla de Salamanca, y en el colegio no se abrían las cortinas rojas y luego las transparentes al principio de cada proyección, ni había luces de neón alrededor del escenario, ni tampoco en las molduras del techo. En el techo, ni siquiera había molduras, sólo un par de viejas lámparas que iluminaban mortecinamente las caras de los alumnos durante los entreactos, y el local no olía a ambientador, sino a lana húmeda y a orín y sudor de niños, lo que conseguía que la proyección tuviera algo de juego infantil en el interior de una descomunal caja de zapatos. José Luis se había adaptado a la disciplina del internado con una mezcla de perplejidad y temor. El primer día había visto la larga fila de mesas con sus manteles y el servicio compuesto por varios platos colocados delante de cada silla en el comedor, y con el cubierto completo, incluida una cucharilla pequeña para el postre (en su casa el tenedor no se usaba más que para sacar de la sartén los pedazos de carne que luego solían introducirse en el pan, y sólo se ponía encima de la mesa un cuchillo que usaban indistintamente su padre y él, o los tres, mientras había vivido con ellos Ángel). José Luis había pisado las losas de reluciente mármol en el hall y los baldosines coloreados que formaban cenefas en el pasillo por el que se accedía a las aulas, y, en el ordenado dormitorio, aunque su limpieza era bastante menos perturbadora que la del hall y la sala de visitas, había descubierto las camas, con las colchas todas iguales, y le había parecido que, en aquel colegio, empezaba a vivir por encima de lo que merecía, como si se tratara de un malentendido. "



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