Viaje de un siglo (fragmento)Vladímir Tendriakov
Viaje de un siglo (fragmento)

"Galia trabaja en uno de los laboratorios de Alexandr, prepara disecciones, se dedica a clasificar, escucha los juicios de Alexandr y espera impaciente que encuentren de un momento a otro el cabo del hilo que los guíe a descifrar el misterio.
Pero los días transcurren monótonos: el amplio recinto encristalado, dividido en secciones; las serpientes, unas sometidas a observación en condiciones próximas a las naturales, otras colocadas en potentes campos electromagnéticos; serpientes y más serpientes, vivas y muertas, disecadas y atrapando conejos.
El trabajo no tiene fin, y no se sabe si tendrá éxito.
En primavera sopla una ventisca en torno a la casa de ellos. No es una ventisca furiosa, sino una de esas ventiscas apacibles del reino soñoliento de los cuentos viejos. Copos blancos bajo el cálido sol, copos blancos que vuelan sobre la húmeda tierra, que desean caer en ella y no llegan a caer. En primavera florece el jardín en torno a su casa y, dijérase, no hay en el mundo lugar más acogedor.
Bajo el techo de la cómoda casa reina un silencio desagradable, y el alegre susurro de los árboles en flor parece una burla.
Un día se parece a otro día; que no crea nadie que algún acontecimiento alterará el monótono correr del tiempo. El correr del tiempo... Palabras estereotipadas. Galia se para continuamente a pensar: ¿Y adonde corre su tiempo? ¿Qué objeto persigue? ¿Adónde van los días, las semanas, los meses, los años, los decenios? Sencillamente, hay que vivir. Y no hay desgracia peor que la felicidad en la quietud.
A su lado vive un hombre feliz que no se da cuenta de que pasan los días. Es feliz; por tanto, no la comprende a ella; por tanto, le es extraño. Y por las tardes reciben a Alexandr en el umbral unos ojos grises azulados que miran dentro de sí mismos. Alexandr se sobrecoge, empieza en seguida a sentir el profundo silencio que inunda la casa, desde los sótanos hasta el tejado.
«¿Será posible que no me amase a mí, sino a la otra mitad que ha volado de la tierra?» —piensa a veces. Este año, que debe ser de miel, es, seguramente, el más duro de la vida de ellos. Nace un hijo, y en la casa se acaba el silencio. Nace un hijo. Le ponen el nombre de Igor en honor de Shablin.
Shablin, cuando los visita, toma en brazos a la criatura, expresa con torpeza su entusiasmo, como todo hombre que teme que le reprochen de ñoñería.
—Os habéis equivocado; no crece un científico, sino un cantante. ¡Qué voz tiene! ¿Eh? ¡Voz de bajo!
Shablin tiene dos hijos mayores; los dos trabajan en estaciones científicas cósmicas; se ve obligado a vivir alejado de ellos; y de él podría salir un buen abuelo.
En cierta ocasión, Galia entonó por la tarde su cantinela de siempre:
—Lamento que haya pasado la juventud de la humanidad. Envidio a quienes vivieron en el planeta sin hollar... Fue un tiempo hermoso a su manera, que creó naturalezas valientes...
Shablin escucha atento, y Alexandr espera curioso su respuesta. Es uno de los insignes héroes contemporáneos, enamorado de su siglo, aún más enamorado del futuro, ¡no será él quien se entusiasme como una muchacha con el romanticismo del pasado! Cosa extraña, Shablin no discute; se sonríe y dice:
—Hermosa mujer, te voy a regalar un objeto antiguo. Me lo regaló alguien, no recuerdo quién... Te lo regalaré sin falta.
Al día siguiente trae un pequeño envoltorio, y se lo entrega a Galia:
—Toma.
Galia lo desenvuelve e interroga:
—¿Qué es esto?
Tiene en las manos un tosco trozo de metal, cierta aleación primitiva, fundida en un molde primitivo: es un mango hueco y curvo con un corto cañón con una prominencia en el extremo. "



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