Juan Van Halen, el oficial aventurero (fragmento)Pío Baroja
Juan Van Halen, el oficial aventurero (fragmento)

"Se estaba a principios de noviembre de 1818; la navegación por el mar Báltico pronto sería imposible. Van Halen deseaba hacer por mar su viaje a San Petersburgo; sus recursos pecuniarios así lo exigían; pero el último barco con dirección a Riga se hacía a la vela el 10 de este mes, y tuvo que dejar pasar la ocasión, porque el pasaporte, a pesar de toda su actividad, no se lo dieron hasta el día 20. Luego supo que tales retardos provenían de la Legación española en Londres.
Los preparativos de marcha estuvieron pronto hechos.
Lo que le quedaba de fondos, resto de lo que le dieron sus salvadores, no le permitía más que llevar lo indispensable.
Una maleta pequeña, una gran salud y una firme resolución: éste era el equipaje que llevaba a una lejana nación, de la que no conocía ni la lengua ni las costumbres.
El día 24 de noviembre se embarcó en un bergantín inglés en el puerto de Gravesend.
Después de una tempestuosa travesía, el día 2 de diciembre, a las diez de la mañana, anclaron en Hamburgo. El capitán botó su lancha, y en seguida llegaron al muelle. El equipaje fue menos cuidadosamente examinado que cuando llegaron a Inglaterra. La primera persona a quien vio fue al cónsul general de Rusia, señor Estrub; le invitó a que le fuera a ver durante su estancia en Hamburgo. Las cartas de recomendación para algunos comerciantes de este pueblo no le fueron de gran utilidad, y se hubiera marchado de Hamburgo sin pena, si una dichosa casualidad no le hubiese llevado a casa de un ciudadano hamburgués, Von Beseler, que se ofreció a ser su guía. Se alegraba, según dijo, de poder ser útil a un español. Le presentó a su familia, que le acogió tan amablemente como a un antiguo amigo de la casa.
Al día siguiente de su llegada, un señor de Madrid, que andaba buscando un empleo, por entonces secretario del cónsul de España en Hamburgo, entró de sopetón en el cuarto de Van Halen. Esta visita extraña le pareció muy sospechosa; la clase de preguntas que le hizo aumentaron su desconfianza: se decía agente de América del Sur y quena saber los motivos de su viaje. La llegada del señor Von Beseler le libró de este mal encuentro. La cara del buen hamburgués se inmutó a la vista del español. Le conocía mucho, y sabía lo que se podía esperar de tal pájaro. Luego se supo que este hombre había querido obligar al cónsul español, don Evaristo Pérez de Castro, a detener a Van Halen.
Había llegado el momento de la partida; Van Halen se despidió de la amable familia del señor Beseler y tomó un asiento en la diligencia de Berlín. En el camino encontraron dos posadas de dos españoles que sirvieron en el ejército del marqués de la Romana. Retenidos ambos en los hospitales cuando se embarcaron sus tropas, se vieron obligados a quedarse en el país; se casaron y pusieron sus establecimientos. Le preguntó Van Halen a uno de ellos si se acordaba de sus compañeros y de su tierra. "



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