El puente de San Luis Rey (fragmento)Thornton Wilder
El puente de San Luis Rey (fragmento)

"Doña María era hija única de un pañero, que, gracias a sus artes mercantiles, había acabado por ganar los dineros y el odio de los limeños, a una pedrada de distancia de la Plaza Mayor. Su infancia había sido desgraciada; era fea y tartajeaba; y, por si esto fuera poco, su misma madre, en un esfuerzo desesperado para suscitar en ella algunos atractivos mundanales, la perseguía con incesantes sarcasmos y la obligaba a discurrir por la ciudad revestida de un verdadero arnés de joyas. En vista de ello, vivió sola, y pensó a solas. Como era de esperar, no faltaron los pretendientes a su mano; pero, mientras pudo, luchó esforzadamente contra los convencionalismos de su época, decidida a permanecer soltera. La consecuencia natural fue una sucesión constante de terribles escenas con su madre, en las que alternaban las recriminaciones, los chillidos y los portazos. Y que, por último, a los veintiséis años, se viese apareada en legítimo connubio a un noble impertinente y arruinado, y objeto de la zumba más o menos disimulada de los invitados que llenaban la catedral de Lima aquella mañana. Nuevamente, vivió y pensó a solas, en un aislamiento que sólo vino a interrumpir una deliciosa niña que dio a luz, y sobre la que hubo de concentrar en seguida una pasión rayana en la idolatría. Desgraciadamente, Clara salió a su padre: fría e intelectual. A la edad de ocho años, ya corregía burlonamente el hablar materno, considerando a Doña María con asombro y repulsión. La madre, amedrentada, se tornó sumisa y servil; pero, por más que hizo, no pudo menos de perseguir constantemente a Doña Clara con un exceso de obsequiosidad y un amor fatigoso a fuerza de ternura. Una vez más, hubo en la casa escenas terribles, gritos y portazos. Así, no es de extrañar que, de todos los partidos que hubieron de presentársele, Doña Clara eligiese precisamente aquel que suponía su traslado a España. Y a España se fue, al país donde las cartas tardaban en llegar seis meses. La despedida antes de tamaño viaje había llegado a ser en Perú uno de los oficios eclesiásticos más solemnes. El barco era bendecido, y al ponerse en marcha, lo mismo los de a bordo que los de tierra, hincábanse de rodillas y cantaban un himno, que, en aquel vasto espacio al aire libre, siempre sonaba débil y fluctuante. Doña Clara se comportó con especial mesura y dominio de sí misma en este trance de la separación, a diferencia de su madre, que, los ojos clavados en el hermoso bajel, tan pronto se llevaba las manos al corazón como a la boca. Por otra parte, su visión del hermoso navío, resbalando sobre las aguas tranquilas del Pacífico, bajo las grandes nubes de un oriente perlino, no tardó en empañarse. "


El Poder de la Palabra
epdlp.com