Los muchachos de Zinc (fragmento)Svetlana Aleksijevitj
Los muchachos de Zinc (fragmento)

"No nos lo decían abiertamente, pero estaba claro: nos llevaban a Afganistán. No me entrometía en mi destino… Nos hicieron formar en la plaza, leyeron una orden y nos anunciaron que éramos soldados internacionalistas… Todo se percibía con mucha calma, no estabas para decir: “¡Tengo miedo! ¡No quiero!”. Nos marchábamos a cumplir con el deber internacional, estaba clarísimo. Sin embargo, al llegar al centro de traslado de Gardez las cosas empezaron a… Los veteranos nos quitaron cualquier cosa de valor que lleváramos: las botas, las camisetas, las boinas. Todo tenía su precio. Una boina, diez vales. Una colección de insignias (un paracaidista debía tener cinco: la de la guardia, la de los méritos en las fuerzas aerotransportadas; la del paracaidista; la insignia por el rango; y la que llamábamos “la insignia corredor”, que era la del soldado deportista) valía veinticinco vales. Nos quitaban las camisas de gala, los afganos se las cambiaban por droga. Se te acercaban unos “viejos”: “¿Dónde tienes guardado el macuto?”. Lo revisaban, se quedaban con lo que les había gustado y adiós. En la unidad nos quitaron hasta los uniformes nuevos, y a cambio nos dejaron unos viejos. Llamaban al almacén: “¿Para qué quieren un uniforme nuevo? Los chicos se están preparando para volver a la Unión Soviética”. Yo escribía a casa cosas como “Qué bonito es el cielo de Mongolia, qué buena es la comida y qué caliente es el sol”. Pero estábamos en plena guerra…
La primera salida a un kishlak… El comandante del batallón nos instruía sobre cómo tratar a los lugareños.
Los afganos, tengan la edad que tengan, son todos como bacha. ¿Entendido? Lo demás ya os lo iré enseñando.
Por el camino nos cruzamos con un anciano. Nos mandaron:
-Detengan el vehículo. ¡Revísenlo todo!
El comandante caminó hacia el anciano, le quitó el turbante y le manoseó la barba.
Venga, vete, bacha.
Fue desconcertante.
Al llegar al kishlak lanzamos a los niños cebada deshidratada en paquetes. Ellos se escapaban, creían que les tirábamos minas.
Mi primera salida de combate: acompañamos a un convoy… Yo estaba excitado, sentía curiosidad: ¡la guerra estaba ahí mismo! En las manos, en el cinturón, llevaba las armas, las granadas que antes solo había visto en las pancartas. Al acercarnos a la zona verde… Yo, como buen apuntador, observaba atentamente por la mirilla… Apareció un turbante. "



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