El llamado de la especie (fragmento)Sergio Chejfec
El llamado de la especie (fragmento)

"Al entrar en la casa de Isabel me sentí transportada a alguno de los episodios de la antigua visita de Mauricio. Ella vivía de manera pobrísima; más que eso, era indigente. No había dormitorio de más, todo era de menos. Estaba en la miseria más completa. Sería triste enumerar los bienes escasos, e interminable mencionar los artículos que faltaban. Comprendí enseguida el objeto de las habituales excursiones al pueblo, más precisamente a la plaza; y así como me había plegado al sentido misterioso de su habla, obedecí de inmediato las reglas de su rutina de penurias. Isabel organizaba el tiempo de un modo particular; teniendo tan pocas obligaciones los días se alargaban maravillosamente, resultándole escasas las divisiones convencionales; por lo tanto debía multiplicarlas. El amanecer tenía tres momentos: preludio, comienzo y final; la mañana cinco: incertidumbre, afirmación, desarrollo, saturación y final; el mediodía tres: inicio, duración y final; la tarde seis: siesta, mediatarde, tardecita, ocaso, nochecita y final. La noche era interminable, y como tal imposible de clasificar. Al comienzo creí que estas divisiones eran un modo de abreviar el largo paso del día; no me equivoqué, pero había algo más. La prueba estaba en la duración variable, y especialmente arbitraria, de cada sección. El final de una mañana a veces podía ocuparla en su totalidad, o una tarde alargarse en una morosa siesta hasta bien entrada la noche. En un segundo momento advertí que nada había de obligatorio o excluyente en ese sistema; no siempre se verificaban todas las secciones, en muchos casos se abreviaban hasta la ausencia.
Era asombroso ver que una vez instaurado el sistema, Isabel lo utilizaba con ejemplar negligencia; como ejecutante última de su propio tiempo, pretendía imponerle al día una venganza, que consistía en ignorarlo. En cierta ocasión volvió del pueblo más temprano —según ella—. Llevaba más de diez horas fuera, eran las cinco de la tarde, pero afirmaba que era el mediodía, “plena duración”, e incluso se maravillaba de que la mañana hubiese pasado tan rápido. Las comidas, en otras circunstancias un medio inmejorable para pautar la jornada, por razones obvias no se presentaban. "



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