Cuando fuimos huérfanos (fragmento)Kazuo Ishiguro
Cuando fuimos huérfanos (fragmento)

"Cuando, en mi segunda noche en la ciudad, entré en la sala de baile del ático del Palace Hotel, aún no me había sido dado «padecer» ninguno de estos dos singulares hábitos, y, consecuentemente, pasé gran parte de la velada mortificado por lo que a primera vista tomé por la desmesurada «aglomeración» humana de la Colonia Internacional. Al salir del ascensor, apenas había llegado a vislumbrar la lujosa alfombra —flanqueada por una hilera de porteros chinos— que conducía a la sala de baile, cuando uno de mis anfitriones de la velada, el señor MacDonald, del consulado británico, se plantó frente a mí con su corpulenta anatomía. A medida que avanzábamos hacia la puerta del salón, me percaté del modo ciertamente encantador con que cada portero de la fila, al vernos pasar, nos dedicaba una reverencia y alzaba ambas manos cubiertas con guantes blancos en ademán de bienvenida. Pero apenas dejamos atrás al tercer portero —eran probablemente seis o siete—, hasta esta visión quedó obstruida por mi segundo anfitrión, un tal señor Grayson, concejal del Ayuntamiento, que tras avanzar unos pasos se puso a mi lado para seguir con lo que me había estado diciendo durante nuestra subida en ascensor. Y nada más entrar en la sala —en la que, según mis dos anfitriones, habría de presenciar el más refinado espectáculo de «la ciudad» y conocer a la élite de Shanghai— me vi inmerso en una multitud a la deriva. Los altos techos, con sus alambicadas arañas, me llevaron a presumir la vastedad del recinto, aunque tendrían que pasar unos minutos para que me fuera posible comprobarlo con la vista. Mientras seguía a mis anfitriones a través de la apretada concurrencia, vi los grandes ventanales de uno de los lados, a través de los cuales, en aquel preciso instante, entraban las últimas luces de la tarde. Vislumbré también, al fondo, un escenario, sobre el que se paseaban, charlando, varios músicos en esmoquin blanco. Parecían, como todo el mundo en la sala, esperar algo —quizás sencillamente que se hiciera de noche—, y se percibía en el ambiente una especie de agitación general: los invitados se empujaban entre sí y rondaban en torno como sin objeto. "


El Poder de la Palabra
epdlp.com