La araña (fragmento)Hanns Heinz Ewers
La araña (fragmento)

"Al principio ni siquiera pensé establecer una relación con mi extraña vecina. Sólo pensé que, ya que estaba allí para observar, y con mi mejor voluntad no podía averiguar nada, podía dedicarme a observar a mi vecina. A fin de cuentas, uno no puede estar sentado todo el día delante de los libros. Así que he constatado que Clarimonde, al parecer, vive sola en ese pequeño piso. Tiene tres ventanas, pero sólo se sienta ante la ventana que está situada frente a la mía; se sienta allí e hila en una rueca antigua. Una vez vi una rueca como ésa en casa de mi abuela, pero ella nunca la había utilizado, sólo la había heredado de alguna tía; no sabía que aún había gente que la empleara. Por lo demás, la rueca de Clarimonde es muy pequeña y delicada, blanca y aparentemente de marfil; tienen que ser hilos harto delgados y frágiles los que hila. Se sienta durante todo el día detrás de la cortina y trabaja sin parar, sólo lo deja cuando oscurece. Cierto es que oscurece muy pronto en estos días nebulosos y en una calle tan estrecha, a las cinco de la tarde ya estamos en plena penumbra, pero nunca he visto que encendiera una luz en la habitación.
Me es difícil percibir su aspecto. Lleva el pelo negro ondulado y es muy pálida. La nariz es delgada y pequeña. Sus labios también son pálidos y tengo la sensación de que sus dientes están afilados como los de un depredador. Sus párpados proyectan una profunda sombra, pero cuando los abre, sus ojos, grandes y oscuros, refulgen.
Pero en realidad todo esto lo intuyo y no lo sé. Es difícil reconocer algo detrás de la cortina.
Aún una cosa más: lleva siempre un vestido negro cerrado con unos toques lila en la parte superior. Y siempre lleva puestos unos guantes negros, es posible que para no estropearse las manos con el trabajo. Da una sensación muy extraña ver cómo los dedos delgados y negros tiran y sacan los hilos de una manera aparentemente caótica, casi como el pataleo de un insecto.
¿Y qué se puede decir de nuestra relación? En realidad, es muy superficial y, no obstante, me parece como si fuera más íntima. Comenzó con ella mirando hacia mi ventana… y yo a la suya. Ella me observaba… y yo a ella. Y he debido de gustarle puesto que un día, cuando la volvía a contemplar, ella sonrió, y yo, naturalmente, también. Así trascurrieron un par de días y cada vez nos sonreíamos con más frecuencia. Después, me proponía, casi cada hora, saludarla, pero no sé qué me lo impedía. "



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