Kew Gardens (fragmento)Virginia Woolf
Kew Gardens (fragmento)

"Esta vez eran dos hombres. El más joven tenía una expresión serena, quizá algo artificial; alzaba la vista y la clavaba al frente mientras su compañero hablaba y, cuando el otro callaba, volvía a mirar al suelo. A veces abría los labios después de un largo silencio, mientras que otras los mantenía cerrados. El hombre mayor andaba de un modo extraño, con un paso irregular y vacilante: lanzaba la mano hacia delante y levantaba la cabeza cual impaciente caballo de tiro harto de esperar frente a una casa, pero en el anciano estos gestos eran inseguros e inútiles. Hablaba casi sin cesar, luego sonreía para sí y seguía hablando, como si la sonrisa hubiera sido una respuesta. Hablaba de espíritus…, de los espíritus de los muertos que, según él, le contaban toda clase de extravagantes experiencias en el Cielo.
—Los antiguos, William, llamaban Tesalia al Cielo, y ahora, con esta guerra, la materia espiritual corre por las colinas como el trueno. —Se detuvo como si escuchara algo, sonrió, alzó bruscamente la cabeza y prosiguió—: Hace falta una pequeña batería eléctrica y un trozo de goma para aislar el cable… ¿Aislar? ¿Se dice así? Bueno, prescindamos de los detalles, de nada sirve detallar aquello que no se comprende; en resumen, se coloca la maquinita en una posición conveniente, digamos, por ejemplo, en un limpio velador de caoba. Una vez los operarios lo han dispuesto todo adecuadamente según mis instrucciones, la viuda acerca la oreja e invoca al espíritu con la señal acordada. ¡Mujeres! ¡Viudas! Mujeres de luto…
Entonces reparó a lo lejos en el vestido de una mujer, que en la sombra parecía de un negro violáceo. Se quitó el sombrero, se llevó una mano al corazón y corrió hacia ella entre murmullos y gestos arrebatados. Pero William lo sujetó de la manga y tocó una flor con la punta del bastón para desviar la atención del anciano. Después de mirarla unos instantes, el confundido anciano acercó el oído y pareció responder a una voz que surgía de la flor, pues empezó a hablar de los bosques de Uruguay que había visitado hacía cientos de años en compañía de la joven más bella de Europa. Se le oyó murmurar sobre los bosques de Uruguay cubiertos por los céreos pétalos de las rosas tropicales, de ruiseñores, playas, sirenas y mujeres ahogadas en el mar, mientras se dejaba llevar por William, cuya expresión de estoica paciencia iba volviéndose cada vez más profunda.
Detrás del viejo, lo bastante cerca para que sus ademanes les llamaran la atención, llegaron dos mujeres de clase media baja y edad avanzada, una corpulenta y robusta, la otra ágil y sonrosada. Como la mayoría de personas de su condición, sentían una franca fascinación por cualquier excentricidad que indicase un cerebro trastornado, sobre todo en los pudientes; pero la distancia les impedía decidir si aquellos gestos denotaban simple excentricidad o auténtica locura. Tras escrutar un mudo instante la espalda del hombre y cruzar una mirada maliciosa y furtiva, retomaron enérgicamente su complicadísimo diálogo. "



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