Los pintores italianos del Renacimiento (fragmento)Bernard Berenson
Los pintores italianos del Renacimiento (fragmento)

"De la misma forma en que algunos de nosotros hemos logrado aprender en el transcurso de las centurias los pormenores y singularidades de las obras de arte, los recónditos secretos que traslucen los lienzos, las moldeadas esculturas o el alimento espiritual que transmite la arquitectura.
No son muchos los que están plenamente convencidos de lo que sus ojos están vislumbrando en detrimento de aquellos nutrientes que están degustando.
Al igual que, sin duda, cada uno de nosotros conocemos las propiedades de nuestros cotidianos alimentos, algunos de nosotros, procaces, hemos llegado a pensar que sabemos perfectamente lo que es mejor para el arte.
Una persona con férreas convicciones acerca de sus gustos culinarios puede disfrutar de una cocina abierta a los cambios y a nuevas expectativas, siquiera por mera curiosidad, aunque siempre torne a retomar los platos que conforman su rutina más habitual desde antaño -como los americanos subrayaremos la relevancia de la ´cocina de la madre´.
Decididamente, el arte carece de la urgencia de los alimentos, y de hecho a los pequeños infantes no se les inculca un verdadero acervo culinario. Y salvo que se diera la salvedad de que nacieran en el seno de una familia que favoreciera saborear todos estos medios, no serían en absoluto propensos a desarrollar un sentimiento inconsciente de arte visual, como sí lo harían en el caso del lenguaje. Las palabras y los enunciados discursivos sobrevienen antes de que puedan cerciorarse de los instrumentos mediáticos para usar tal aprendizaje. Posteriormente, en la escuela se les enseña a practicar y asumir el tono lúdico de la lengua como un arte que amalgama el principio comunicativo de la voz y de la escritura, principalmente a través de la lectura de cuidados pasajes abanderados por los más relevantes autores con el claro objetivo final de que puedan apreciar y disfrutar verdaderamente el ejercicio de su lectura. Así los hábitos opuestos del agrado y el desagrado se enraízan en la mente y nos guían en nuestro decurso vital por sendas aún ignotas, en absoluto consagradas, y, en suma, en el reconocimiento diáfano de lo que es y no es valioso, de aquello que realmente nos merece hacer un esfuerzo porque vale la pena. "



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