Zanoni (fragmento)Edward Bulwer-Lytton
Zanoni (fragmento)

"Mascari se quedó mudo de sorpresa; pero, dada la señal del banquete, los convidados fueron colocados a la mesa. Según era costumbre entonces, la fiesta principió un poco después de mediodía. La pieza era un grande salón de forma oval, que por un lado tenía una galería, sostenida por columnas de mármol, dando salida a un patio o jardín. La vista quedaba complacida al fijarse sobre las varias fuentes y estatuas de mármol blanco y puro medio veladas por una multitud de naranjos. Todo cuanto el lujo puede inventar para mitigar el lánguido calor del exterior en un día en que el siroco parece haber suspendido su respiración, se encontraba allí. Corrientes artificiales de aire por tubos invisibles, grandes abanicos de seda que se movían continuamente como si quisieran engañar a los sentidos haciéndoles creer que corría un viento de abril; fuentes en miniatura en cada ángulo de la habitación, ofreciendo el mismo sentimiento de alegría y consuelo, si puedo emplear esta palabra, que las tupidas cortinas y la brillante chimenea producen en los hijos de los climas más fríos.
La conversación era algún tanto más alegre e intelectual de lo que se acostumbraba entre los frívolos señores del Sur, que no saben hablar más que de sus cacerías. El príncipe, hombre de talento, buscaba sus amigos, no solamente entre los hombres ilustrados de su país, si no también entre los extranjeros que venían a avivar la monotonía de los círculos de Nápoles; y esto explica que estuvieran allí dos o tres nobles y ricos franceses del antiguo régimen que habían emigrado con tiempo, viendo venir la revolución, y cuya imaginación y talento eran a propósito para una sociedad que hacia del dolce far niente su filosofía y su fe. El príncipe, sin embargo, hablaba menos de lo ordinario, y cuando hacía un esfuerzo para parecer alegre, sus ideas eran inoportunas y exageradas.
Las maneras de Zanoni contrastaban notablemente con las del príncipe. El porte de este hombre singular estaba siempre caracterizado por una calma y una facilidad de producirse que los cortesanos atribuían a lo mucho que debía haber frecuentado la sociedad. Apenas podía decirse que estaba alegre, y, con todo, pocas personas sabían mantener como él el buen humor de los convidados. Parecía, por una especie de intuición, adivinar en cada convidado las cualidades en que más sobresalía; y si por casualidad un cierto tono de encubierta critica se revelaba, sus observaciones respecto de los asuntos en que recaía la conversación, parecían, a unos hombres que nunca tomaban nada por lo serio, el lenguaje de la experiencia y de la sabiduría. A los franceses, en particular, les parecía una cosa sorprendente su íntimo conocimiento de los acontecimientos más minuciosos de su país y de su capital, así como su profunda penetración, manifestada solamente por medio de epigramas, tocante a los eminentes caracteres que estaban entonces desempeñando un papel en el gran teatro de la intriga continental. "



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