Napoleón: la última fase (fragmento)Archibald Primrose
Napoleón: la última fase (fragmento)

"Bathurst parece haber sido en todos los aspectos tan digno de Lowe como Lowe del propio Bathurst, y existía para ambos un proceder común basado en el tacto y el buen gusto. Tengamos en cuenta el siguiente espécimen. Las ratas son la maldición declarada de Santa Elena, y acerca de este tópico el Secretario de Estado escribe así al Gobernador: "Recibirá también usted una carta privada signada por Mr. Goulburn en relación al gran inconveniente que supone para Napoleón estar expuesto en aquella isla a una enormidad de ratas que infestan inexorablemente su lar. Lo cierto es que subyace algo realmente ridículo al contemplar tal lamento por parte de un líder caído en semejante desgracia, en unísona contraposición a la sagacidad alegada con respecto a esos roedores y, evidentemente, no es un tópico sobre el que se pueda elegir o no formular un agravio; pero el número ingente de estos animales puede perfectamente atenerse a la realidad, y aunque me asistieran diversas razones para creer seriamente que tal incremento indeseado se debiera a la tácita negligencia de sus sirvientes, no parece que su ánimo esté muy dispuesto a encorajinarse contra tal adversidad, sin embargo urge tenerlo en cuenta y adoptar el recurso que se considere adecuado para paliar esta situación". No podemos atender con el denodado interés que desearíamos el oneroso pesar de Napoleón, aunque su hogar estuviera atestado de todos esos repugnantes bichos. Cabe subrayar que las alusiones del Secretario de Estado habían sido escritas en letra cursiva, connotando la gravedad del circunstante, aunque no osara transgredir el decoro al animarse a celebrar una posible muerte del Emperador, siendo realmente puntilloso en relación a la delicada asunción de este tipo de asuntos, en especial en lo que concierne a una deliberada negligencia servil que hubiera promovido el aumento considerable de las ratas.
Próxima ya la muerte de Napoleón, Bathurst nos obsequia con una nota rayana en lo sublime: "Si él realmente está enfermo" -acota el Secretario de Estado- podría hallar el lenitivo del consuelo en el innegable hecho de que su vertiginoso deterioro de salud no hubiera pasado desapercibido en medio de la más cruenta indiferencia. Es de rigor comunicar al General Bonaparte el sumo interés que Su Majestad ha depositado en relación a su indisposición y la ansiedad que siente Su Majestad por aliviar esta triste situación. ¿Podría asegurarse que el General Bonaparte sufriría menos a causa de una asistencia médica adicional, cuya disposición en absoluto sería coherente con la debida custodia de su persona en Santa Elena? Su Majestad no puede hacerse ilusiones en lo que respecta al desistimiento de tal expectativa, a pesar de querer afrontar sus ansias". Y así sucesivamente. La fuerza de convicción de Bathurst podría ir incluso más allá fuera de toda duda. Afortunadamente, antes de que esta bella efusión fuera recibida en Santa Elena, la simpatía del prisionero colindaba con la figura de Jorge IV, envuelta en una tensión tal que ni el propio Bathurst podría acceder a él. Scott está seguro de que tal dispendio habría alentado a Bonaparte. Extenderse más en torno al dictamen de tal comentario parece innecesario.
Lo cierto es que toda la correspondencia, en la medida en que ésta se ha dado a conocer, resulta de lo más sórdida y lamentable. Podría esgrimirse sin temor a equívoco que el costo y el agotamiento ocasionado por aquella guerra había derivado en una natural ínfula contra el gran perturbador de la paz, de la que éste no podría evadirse en modo alguno. Al acercarse el final de la centuria, ¿hemos de examinar lo que ocurrió como una humillante y lacerante componenda de pánico y mezquindad? La responsabilidad inherente a tan ignominioso episodio no puede deberse en exclusiva a una política mohína, grosera y mezquina, dirimiendo sólo aspectos y herramientas meramente circunstanciales, sino ahondando en los factores concomitantes de principal relevancia; conviene meditar sobre los Liverpools y los Bathurst domésticos, no tanto sobre los Cockburns y los Lowes sitos en Santa Elena, aunque, tal como hemos podido colegir, los Ministros trataron de desvincularse de la gélida animadversión de Lowe y de su ánimo conspicuo para impedir cualquier vestigio posible de regreso a la civilización. "



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