Las paradojas de Mr. Pond (fragmento)Gilbert K. Chesterton
Las paradojas de Mr. Pond (fragmento)

"Aún no había terminado de hablar cuando de un salto se retiró de la chimenea, dejando el atizador en el fuego, y corrió hasta la puerta, donde se paró atentamente a escuchar. También su compañero escuchó… e identificó como realidad objetiva, que no pesadilla, un ruido semejante a pisadas que se arrastraran por el andén. Pero cuando salieron precipitadamente al exterior, el andén apareció completamente desierto: ahora era un blanco y compacto manto de nieve; y poco a poco se dieron cuenta de que el ruido procedía de un nivel inferior. Al mirar a través del enrejado observaron que toda la estructura elevada del andén era intersecada, en determinado punto, por una pendiente de césped grisáceo y descolorido por el humo; miraron a tiempo de divisar una misteriosa figura flaca que trepaba por dicha pendiente y se metía gateando bajo la estructura del andén para salir al instante siguiente por el lado de la vía. Después subió tranquilamente al andén y aquí se quedó cual pasajero que aguardara su tren correspondiente.
Aparte que a efectos prácticos el extraño se había introducido ilegalmente en la estación, sorteando pronunciadísimas dificultades, la mente de Wotton, ahora rebosante de susceptibilidad, decidió de un solo vistazo que aquél no era hombre fiable. Y lo curioso es que realmente tenía cierta pinta caballuna, con una larga cara equina y una extraña curvatura en la espalda; se lo veía atezado y macilento y sus hundidos ojos resultaban tan densas oquedades de sombras que casi era una sorpresa advertir que en el fondo brillaban unas pupilas. Vestía en el último extremo de la indigencia, con una larga gabardina raída y casi hecha andrajos; y ambos pensaron que jamás habían visto un semblante y una figura tan expresivos de desolación y sombría tragedia. A Wotton le pareció tener por vez primera una auténtica visión de esas simas donde la desesperación fragua los muchos movimientos revolucionarios contra los cuales era su deber luchar; pero, inevitablemente, su deber prevaleció.
Se aproximó al hombre y le preguntó quién y qué era y para qué había burlado de aquella manera el cordón policial. De momento el hombre pareció desechar las otras preguntas, pero en respuesta a qué era, su trágico rostro demacrado se movió y articuló una harto sorpresiva respuesta.
—Soy un payaso —dijo con voz tristísima.
Ante tamaña respuesta Mr. Pond pareció sobresaltarse invadido por una índole de sorpresa enteramente novedosa. Hasta entonces había analizado problemas como quien se dedica al estudio de cosas que otros pueden juzgar sorprendentes pero que a él ya no lo sorprenden demasiado. Pero ante esto se le abrió irremisiblemente la boca, como se hace ante un milagro… o más bien, en un caso como éste, ante una casualidad. Acto seguido se operó en él otro cambio, aún menos elegante que el anterior. Sólo cabe decir que, si había empezado por quedar boquiabierto, acabó por reírse descomedidamente. "



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