Facundo, civilización y barbarie (fragmento)Domingo Faustino Sarmiento
Facundo, civilización y barbarie (fragmento)

"¡Cuánto tiempo perdido desde 1825 hasta 1845! ¡Cuánto tiempo más aún, hasta que Dios sea servido ahogar el monstruo de la Pampa! Porque Rosas, oponiéndose tan tenazmente a la libre navegación de los ríos; protestando temores de intrusión europea; hostilizando a las ciudades del interior y abandonándolas a sus propios esfuerzos, no obedece, simplemente, a las preocupaciones godas contra los extranjeros, no cede, solamente, a las sugestiones de porteño ignorante que posee el puerto y la aduana general de la República, sin cuidarse de desenvolver la civilización y la riqueza de toda esta nación, para que su puerto esté lleno de buques cargados de productos del interior y su aduana de mercaderías, sino que, principalmente, sigue sus instintos de gaucho de la pampa, que mira con horror el agua, con desprecio, los buques y que no conoce más dicha ni felicidad igual a la de montar un buen parejero para transportarse de un lugar a otro. ¿Qué le importa la morera, el azúcar, el añil, la navegación de los ríos, la inmigración europea y todo lo que sale del estrecho círculo de ideas en que se ha criado? ¿Qué le va en fomentar el interior, a él, que vive en medio de las riquezas y posee una aduana que, sin nada de eso, le da dos millones de fuertes anuales? Salta, Jujuy, Tucumán, Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos serían hoy otras tantas Buenos Aires si se hubiese continuado el movimiento industrial y civilizador, tan poderosamente iniciado por los antiguos unitarios, y del que, sin embargo, han quedado tan fecundas semillas. Tucumán tiene, hoy, una grande explotación de azúcares y licores, que sería su riqueza si pudiese sacarlos a poco costo de flete a las costas, a permutarlos por las mercaderías en esa ingrata y torpe Buenos Aires, desde donde le viene hoy el movimiento barbarizador, impreso por el gaucho de la marca colorada. Pero no hay males que sean eternos, y un día abrirán los ojos esos pobres pueblos a quienes se les niega toda libertad de moverse y se les priva de todos los hombres capaces e inteligentes que podrían llevar a cabo la obra a realizar, en pocos años, el porvenir grandioso a que están llamados por la naturaleza, aquellos países que hoy permanecen estacionarios, empobrecidos y devastados. ¿Por qué son perseguidos en todas partes, o más bien, por qué eran unitarios salvajes y no federales sabios, toda esa multitud de hombres animosos y emprendedores que consagraban su tiempo a diversas mejoras sociales: éste a fomentar la educación pública, aquél a introducir el cultivo de la morera, éste otro al de la caña de azúcar, ése otro a seguir el curso de los grandes ríos, sin otro interés personal, sin otra recompensa que la gloria de merecer bien de sus conciudadanos? ¿Por qué ha cesado este movimiento y esta solicitud? ¿Por qué no vemos levantarse de nuevo el genio de la civilización europea, que brillaba antes, aunque en bosquejo, en la República Argentina? ¿Por qué su Gobierno, unitario hoy, como no lo intentó jamás el mismo Rivadavia, no ha dedicado una sola mirada a examinar los inextinguibles y no tocados recursos de un suelo privilegiado? ¿Por qué no se ha consagrado una vigésima parte de los millones que devora una guerra fratricida y de exterminio a fomentar la educación del pueblo y promover su ventura? ¿Qué le ha dado, en cambio de sus sacrificios y de sus sufrimientos? ¡Un trapo colorado! A esto ha estado reducida la solicitud del Gobierno durante quince años; ésta es la única medida de administración nacional, el único punto de contacto entre el amo y el siervo: ¡marcar el ganado! "


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