La pinga del libertador (fragmento)Ricardo Palma
La pinga del libertador (fragmento)

"En cierto pueblo del norte existía, allá por los años de 1850, una acaudalada jamona ya con derecho al goce de cesantía en los altares de Venus, la cual jamona era el non plus ultra de la avaricia; se llamaba Doña Gila y era, en su conversación, hembra más cócora o fastidiosa que una cama colonizada por chinches.
Uno de sus vecinos, Don Casimiro Piñateli, joven agricultor, que poseía un pequeño fundo rústico colindante con terrenos de los que era propietaria Doña Gila, propuso a ésta comprárselos si los valorizaba en precio módico.
Esas cinco hectáreas de campo -dijo la jamona-, no puedo vendérselas en menos de dos mil pesos.
Señora -contestó el prepotente-, me asusta usted con esa suma, pues a duras penas puedo disponer de quinientos pesos para comprarlas.
Que por eso no se quede -replicó con amabilidad Doña Gila-, pues siendo usted, como me consta, un hombre de bien, me pagará el resto en especies, cuando y como pueda, que plata es lo que plata vale. ¿No tiene usted quesos que parecen mantequilla?
Sí, señora.
Pues recibo. ¿No tiene usted chanchos de ceba?
Sí, señora.
Pues recibo. ¿No tiene usted siquiera un par de buenos caballos?
Aquí le faltó la paciencia a don Casimiro que, como eximio jinete, vivía muy encariñado con sus bucéfalos, y mirando con sorna a la vieja, le dijo:
¿Y no quisiera usted, doña Gila, la pinga del Libertador?
Y la jamona, que como mujer no era ya colchonable, considerando que tal vez se trataba de una alhaja u objeto codiciable, contestó sin inmutarse: Dándomela a buen precio, también recibo la pinga. "



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